Legado

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martes, 2 de diciembre de 2014

Valores villeros o la veneración de la pobreza

A Instancias de la agrupación kirchnerista La Cámpora, la Cámara de Diputados aprobó y envió al Senado un proyecto de ley para instaurar el 7 de octubre de cada año como el Día Nacional de la Identidad Villera. Para quienes no viven en una villa es fácil proponer el Día de la Identidad Villera. Quienes tienen la desgracia de vivir en estos asentamientos precarios querrían vivir mejor, más que celebrar los supuestos valores que otorga un hábitat. La gente que vive en las villas no quiere motivos para el orgullo, sino para salir de su condición de exclusión.
El kirchnerismo muestra con esta propuesta una forma adicional de la obscenidad a la que nos tiene acostumbrados, al darle una connotación positiva al hecho de vivir en un contexto completamente indigno para un ser humano. La Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia ha señalado que las villas pueden ser entendidas como territorios donde se concentra una gran cantidad de personas con sus derechos más básicos vulnerados y que, a la vez, carecen de acceso adecuado al sistema institucional para exigir su cumplimiento.
La propuesta, en el fondo, no habla de los valores villeros, que se pretende supuestamente exaltar, sino de los valores de quienes hacen la propuesta, que son de un notable primitivismo conceptual. Para comenzar, si tiene algo de perverso celebrar el día de los valores villeros es que establece una periodicidad, con lo cual se asume y acepta sin más que las villas seguirán existiendo. Sin embargo, cada año que pasa con gente conminada a vivir en una villa debiera ser motivo de duelo y no de celebración.
En otro orden, la propuesta padece de la curiosa miopía de asignar valores universales a determinadas personas sólo por pertenecer a un hábitat. Esta aparente valorización de la pobreza es exactamente el prejuicio inverso que su demonización, que injustamente añade de por sí un valor negativo a quien ha tenido la desgracia de nacer o vivir en una villa. Se trata del espejo inverso del prejuicio que asigna a los pobres valores negativos, reemplazándolos por positivos, pero ignorando que esos valores no pueden ser asignados independientemente de la consideración de las personas en sí mismas.
Cualquier juicio que se haga sobre quienes viven en un lugar, independientemente de las personas, es una forma indigna de pensar y supone una forma de ceguera valorativa. Recortar en razón de un hábitat a un grupo de gente y asignarle por ello valores es un insólito prejuicio que no deja de ser tal por el hecho de que esos valores supongan un elogio, dado que se hace en nombre de la solidaridad, el optimismo, la esperanza, la generosidad y la humildad.
La miopía del kirchnerismo al respecto es notoria. Baste con citar al diputado Andrés Larroque: "El mismo hecho de vivir en una villa muchas veces genera que alguien no te dé trabajo porque hay una mirada prejuzgatoria que es instalada a nivel social y desde ciertos medios de comunicación", sin darse cuenta de que está cayendo exactamente en el mismo prejuicio, sólo que al revés. Ambas formas de prejuicio suponen una desconsideración profunda y una falta de respeto hacia las personas concretas que viven en esa situación, porque supone obviarlas en su singularidad para formarse una opinión de ellas.
Estamos, en suma, ante un caso de discriminación positiva, en el cual, bajo la piel del cordero benigno, que es condescendiente con los pobres, se esconden los lobos que lucran con la pobreza misma, como es el caso de las corrientes políticas que practican el asistencialismo y el clientelismo, que no son otra cosa que exigir la entrega de la dignidad de una persona a cambio de dinero, práctica que no necesita de un día que la evoque en nuestro país, porque ocurre cotidianamente.
Otro aspecto por señalar es que la propuesta supone una veneración de la pobreza y su exaltación como un valor en sí mismo. Se celebra lo que debiera avergonzarnos como sociedad y, sobre todo, como sociedad política, que vive concentrada en sus propios negocios y que administra la pobreza como un negocio más, en vez de poner la energía y la inteligencia en resolver los problemas de desarrollo que padece la Argentina.
El deseo no expresado por quienes propician este vergonzoso homenaje es conservar el statu quo de los pobres, que permite mantener el statu quo de los privilegios de quienes se benefician con la existencia de esa pobreza.
La verdadera razón para esta exaltación habría que buscarla en una doble vertiente: la culpa que siente gran parte de la clase política por permitir los sucesivos despojos por corrupción y desmanejo que permiten que una porción muy significativa de la población viva en estas condiciones y el agradecimiento que siente esa misma parte de la clase política por la existencia misma de la pobreza, el clientelismo y la masa de votantes que no tiene otra alternativa que votar a quien le dará de comer, en vez de darle oportunidades de desarrollo. Se les reconoce a sus habitantes los servicios prestados en materia de votos cautivos, por la vía de exaltarlos de manera inmaterial. En síntesis, el kirchnerismo cree que el reverso de la demonización de la pobreza es su exaltación. Sin embargo, lo que como sociedad necesitamos es erradicarla.

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