Legado

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lunes, 9 de diciembre de 2013

La ejemplaridad de Mandela y sus vínculos con Alfonsín POR LEANDRO DESPOUY

Nelson Mandela fue el hombre más admirable de su época y el padre de una nueva humanidad. De todas las luchas que se libraron durante el siglo pasado, la suya fue, sin duda, la que nos dejó el mayor ejemplo. Las transiciones democráticas de Sudáfrica y la Argentina, lideradas por Mandela y Alfonsín, encontraron en los derechos humanos la matriz fundacional de todas sus políticas.

El líder sudafricano combatió inquebrantablemente las formas más descarnadas y crueles de esclavitud moderna y enfrentó con éxito a un gobierno racista y despiadado que, además, mantenía imbricados intereses con los sectores multinacionales que expoliaban las cuantiosas riquezas africanas, en particular las de Sudáfrica y Namibia.

En este contexto, la privación absoluta del conjunto de los derechos humanos impuesta por el régimen de apartheid tenía una motivación ideológica –el odio racial– y una funcionalidad económica evidente: sobreexplotar a la población negra. Esta, impedida de participar en la vida política, estaba asimismo despojada del goce de los derechos económicos, sociales y culturales, entre ellos los laborales y sindicales.

Así como los intereses multinacionales se sirvieron del apartheid, también es cierto que el mundo combatió vivamente al gobierno sudafricano y su expansión colonialista (ocupó Namibia), con una fuerza y determinación crecientes año tras año. Esto se expresó en los sucesivos embargos que decretó el Consejo de Seguridad y en la condena reiterada de los organismos de derechos humanos de la ONU.

La dictadura argentina (76-83) cultivó lazos privilegiados con Pretoria –incluyendo la cooperación militar–, lo que debilitó nuestros ya precarios vínculos con el mundo.

En el ámbito de la ONU, el repudio a nuestro comportamiento se expresó tanto en el Comité contra la Discriminación Racial como en el seno de la Subcomisión de Derechos Humanos, que anualmente confeccionaba una lista de empresas colaboracionistas con el régimen de Sudáfrica. Aerolíneas Argentinas encabezaba esa lista.

La llegada de Alfonsín al gobierno, en 1983, implicó el quiebre de las políticas regionales de complicidad con el apartheid, de la que por ejemplo la dictadura uruguaya era fiel exponente. Esto motivó un vuelco decisivo en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU que repercutió en la Asamblea General. A partir de entonces, la Cancillería votó las sucesivas condenas que se produjeron en todas las instancias de la organización.

En marzo de 1985, la Argentina presentó su informe ante el Comité contra la discriminación racial y, en aplicación del artículo 3 de la Convención, condenó, por primera vez, el apartheid.

Recuerdo que los lobbistas sudafricanos en Buenos Aires hicieron fuertes presiones y pusieron el grito en el cielo pues interpretaban, forzadamente, que esa declaración significaba la ruptura de relaciones diplomáticas; el propósito era evidente: lograr una desmentida del gobierno argentino que impidiera esa ruptura en el futuro.

Alfonsín no se prestó al juego y con absoluta determinación el 22 de mayo de 1986 rompió relaciones con Sudáfrica. Ratificó la Convención que prohíbe y penaliza el apartheid y mantuvo un férreo boicot al conjunto de actividades deportivas, comerciales, etc.

Realizó aportes al fondo de la ONU para Sudáfrica y Namibia, y la publicidad contra el apartheid. Hizo suya y practicó la doctrina del derecho internacional que otorga legitimidad a la asistencia material, económica y política a los movimientos de liberación sudafricanos reconocidos por la ONU y la Organización de la Unidad Africana.

Estrechó vínculos con las fuerzas de oposición y reclamó la liberación de Mandela y de los demás detenidos políticos. En 1988 efectuó una contribución para reconstruir la casa incendiada de Mandela.

Este cambio de política no solo nos acercó al mundo sino que favoreció nuestros vínculos con los pueblos africanos y tuvo una gran incidencia en el voto anticolonialista –mayoritario en la Asamblea General de la ONU– que favoreció nuestra política exterior en el tema de Malvinas. El 17 de noviembre de 1987, la Resolución 42/19 sobre Malvinas obtuvo 114 votos a favor, 36 abstenciones y 5 en contra. ¡Qué lejos estamos hoy de esa política y de semejante resultado!

Mis dos encuentros con Mandela fueron imborrables. Durante su largo cautiverio, desde la Subcomisión de Derechos Humanos de la ONU impulsábamos severas sanciones contra Sudáfrica y las empresas multinacionales que compartían la explotación de sus riquezas La grandeza de Mandela se expresa no solo en la valentía y la firmeza de su lucha, que le arrancó veintisiete años de su vida, pasados en prisión, sino en haber obtenido el amplio apoyo democrático de su pueblo.

Una vez presidente, promovió un sistema de reconciliación nacional ajeno a toda forma de odio o de venganza, el que tuvo un enorme impacto en lo más profundo de la dignidad africana. Mandela pacificó Sudáfrica y ofreció a las futuras generaciones un incomparable mensaje de fraternidad, de proyección universal.

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