Legado

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domingo, 24 de noviembre de 2013

riesgo de titanic por nelson castro

Yfinalmente la Presidenta volvió. Fue una vuelta escenográficamente estudiada, bien del gusto de Cristina Fernández de Kirchner. El lunes 18, con la filmación “casera” dirigida por su hija Florencia, en la que se sintió a sus anchas, su cuidada espontaneidad, el perro Simón y el pingüino le dieron a la escena un aire a Susana Giménez. El miércoles 19, ya en la Casa Rosada, lo que se vivió fue la reedición del clásico Aló Presidenta, con un discurso lleno de afirmaciones grandilocuentes y de datos en algunos casos controvertidos y en otros definitivamente erróneos. Conclusión: en su regreso, la jefa de Estado demostró no haber cambiado nada.

En medio de todo ese trajín se produjo la modificación del gabinete, que trajo aparejado el cambio más resonante de los últimos tiempos: la renuncia de Guillermo Moreno. En realidad fue una cesantía: la Presidenta lo echó. Ese fue el gesto político más claro de reconocimiento de la derrota electoral sufrida por el kirchnerismo el 27 de octubre pasado. Las voces internas del Gobierno que hablaban mal del inefable secretario de Comercio Interior se venían multiplicando semana tras semana. El ascendiente de Moreno sobre la Presidenta a lo largo de su gestión lo había transformado en un intocable. La diferencia esta vez tuvo que ver con el resultado electoral. La inflación no perdona. “Saquen a Moreno ya, por favor”, fue el clamor que durante la campaña hicieron escuchar muchos intendentes K de la provincia de Buenos Aires quienes, mientras en la superficie decían ser fieles a Fernández de Kirchner, después de las PASO no dudaron en abrir canales de negociación y tender puentes de convivencia con Sergio Massa.

La ausencia de Moreno en la jura de los nuevos ministros fue un signo de lo estrepitoso de su caída. La Cámpora, por otra parte, ya le venía “serruchando” el piso en la Secretaría de Comercio. Por eso a nadie le sorprendió ver el miércoles a Andrés Larroque salir de uno de los despachos adyacentes al del ya desplazado secretario. La oficina 32 de la secretaría, desde donde se manejan las exportaciones, había sido colonizada por La Cámpora ya en febrero de este año. En esa dependencia se viven horas de desasosiego. “Con Moreno esto era un aquelarre; con estos codiciosos muchachos de La Cámpora todo puede ser peor. Lo que hace falta aquí es un equipo de profesionales serios y estos que vinieron no lo son”, coincidían en comentar funcionarios de carrera que hace 25 años trabajan en el lugar. “Ojo que todavía no me fui; cuidado con lo que hacen”, fue lo que, el miércoles por la tarde, el gerente de una de las grandes cadenas de supermercados le escuchó decir a Moreno quien, por otra parte, el viernes por la noche, en una reunión en su despacho habló con sus más íntimos colaboradores con inusual franqueza. Reconoció allí el fracaso del sistema de compensación, por el cual se obligaba a los importadores a exportar con el objetivo de mantener el caudal de divisas. “Fue como querer parar un tsunami con la mano”, llegó a decir el todavía secretario en funciones que no calla su resentimiento hacia Kicillof.
El poder dentro del gabinete ha pasado a manos de Jorge Capitanich quien, por esas paradojas de la historia, fue el primer jefe de Gabinete del gobierno de Eduardo Duhalde. Capitanich representa un cambio en el estilo de gestión. Su predecesor, Juan Manuel Abal Medina, no superó el nivel de una especie de secretario sin peso político propio que siempre estaba temeroso de los cambios de humor de la Presidenta.

El gobernador del Chaco en uso de licencia es un posible presidenciable, lo cual cambia la ecuación dentro de la disputa por espacios de poder dentro del gabinete. Habrá que ver cómo le va. “Haré cumplir lo que la Presidenta ordene”, dijo Capitanich. Hizo recordar así la famosa frase de Don Pedro II, emperador de Brasil, a Bartolomé Mitre durante la infamante guerra de la Triple Alianza: “Yo mando y usted hace”. En la superficie, el nuevo jefe de Gabinete ha mostrado cambios de forma: he ahí sus dos conferencias de prensa en sus dos primeros días de gestión. Sin embargo, en las cuestiones de fondo todo parece seguir igual: la reunión en busca de un acuerdo social la hizo sólo con los gremios afines al Gobierno. Insistir con un acuerdo social sin atacar las causas reales de la inflación equivale a generar nuevos fracasos. La designación de Capitanich dejó descolocado a Daniel Scioli. Más allá de las declaraciones del gobernador de la provincia de Buenos Aires negando cualquier competencia entre ellos, lo cierto es que ya debe estar formalmente enterado de que él –Scioli– no será el albacea político de la Presidenta.
A Axel Kicillof le toca la responsabilidad de enderezar el rumbo de la economía. Hernán Lorenzino –el hombre al que la Presidenta finalmente le hizo realidad el sueño del “me quiero ir”– fue una presencia irrelevante al frente del Ministerio. Kicillof –un protegido de Fernández de Kirchner– viene con una ventaja que no tuvo ninguno de sus predecesores: está libre de Moreno. No tendrá, pues, excusas. Sus primeras definiciones sonaron inconsistentes: vamos a ajustar sin afectar a nadie. ¿Cómo lo hará?, porque alguien pagará por ello. Un ejemplo: se ha reflotado la idea de quitar parte de los subsidios a los consumos de gas, electricidad y agua. Eso impactará en el bolsillo de muchos ciudadanos. En la semana que pasó, la realidad ha sido poco auspiciosa con el nuevo elenco ministerial: la caída de reservas del Banco Central no cesó.

A la Presidenta se la vio recuperada y feliz de estar de vuelta entre los suyos. De lo que se observó y se escuchó se desprende una conclusión: no hay ningún cambio. Su discurso, siempre autorreferencial, sonó tan falto de autocrítica y, en algunos casos, desconectado de la realidad como de costumbre. Fue curioso escucharla hablar de sus intenciones de buscar el autoabastecimiento energético cuando ello, en verdad, se perdió durante su gestión. Fue también llamativo oírla hablar de las inversiones ferroviarias, promesa que ya había hecho –y nunca cumplió– Néstor Kirchner en 2003. “Vamos a profundizar el modelo” fue, sin lugar a dudas, la frase más controversial que pronunció. ¿Qué significa profundizar el modelo? ¿El sostenimiento de una inflación en constante aumento? ¿La pérdida de reservas a diario? ¿El déficit energético? ¿La falta de inversiones? ¿La existencia de un déficit fiscal creciente? ¿El conflicto nocivo y permanente con los sectores agropecuarios? ¿La caída de la producción industrial? Si así fuera, lo de “estar a bordo del Titanic” corre el riesgo de dejar de ser una frase para transformarse en una inquietante realidad.

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