Legado

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domingo, 8 de septiembre de 2013

GOLPES Y GOLPEADOS -ALFREDO LEUCO

Cristina tiene una ametralladora que dispara balas. No son de tinta, son virtuales y de 140 caracteres. La reina del Twitter canaliza por ese lado su obsesión más recurrente: acusar de destituyente o golpista a medio mundo. Sobre todo al que no se arrodilla frente a sus maltratos. Es la primera excusa a la que recurre cada vez que alguien la critica o que su relato pierde por nocaut con la realidad. A esta altura, la Presidenta descubre un Magnetto agazapado detrás de cada problema que el Gobierno genera o no puede solucionar. Es un recurso que se agota, vacía su contenido. Conviene apelar a la chicana para que la ironía le quite dramatismo: ¿Obama también trabaja para Clarín?

Pero eso no es lo más peligroso. Es inquietante institucionalmente que esa denuncia se convierta en expresión de deseo. Que la tentación de victimizarse vaya escalando posiciones. Y que incluso, inconscientemente, sueñe con la posibilidad del autogolpe que, para todos los argentinos, sería nuestra peor pesadilla. Es que no hay una sola prueba rigurosa de que algún sector de la vida nacional esté conspirando para que la Presidenta no pueda finalizar su mandato. La inmensa mayoría de los argentinos quiere que, como dijo Roberto Lavagna, “no se quede un día más ni un día menos” de lo que marca la Constitución Nacional. Fue el propio Daniel Scioli el que dijo que “hay que ayudar a que este gobierno termine lo mejor posible”. Y nadie podría acusar al gobernador de imprudente o de ser traidor a Cristina.

Ese golpe que Cristina denuncia por las redes sociales a cada rato sólo existe en su imaginación. Ella es la única que tiene poder para tirar del mantel y generar un terremoto institucional. Durante la madrugada de la derrota de la 125 y el voto no positivo, Cristina amagó con pegar el portazo. Lo contó con lujo de detalles Alberto Fernández aunque Horacio Verbitsky lo desmintió. ¿Con qué elementos? Su fuente fue la propia jefa de Estado. Su confidente confesó que nunca había hablado tanto tiempo con la Presidenta por teléfono y que la escuchó firme y decidida. Pero no estuvo aquella madrugada de locos en Olivos, en la que sí estuvo quien era jefe de Gabinete e integrante de la mesa triangular que gobernaba.

Sería imperdonable que Cristina especule con esa posibilidad nefasta. Es el diablo el que susurra a su oído. Le dice que abandonar el barco y denunciar a las corporaciones puede ser más heroico y a tono con la épica setentista que administrar con racionalidad y sentido común.

Esa locura sería imperdonable en términos históricos para el peronismo. Porque salvo Juan Domingo Perón, que fue derrocado por la “revolución fusiladora”, sus herederos siempre completaron sus mandatos. El abandono del poder antes de tiempo es motivo del pase de facturas justicialistas hacia los radicales. Alfonsín, De la Rúa y Angeloz son los apellidos que utilizan como argumentos.

Hoy la confusión y las contradicciones se apoderaron del otrora sólido verticalismo cristinista. Cualquiera se atreve a cuestionar las acciones o posiciones del oficialismo y a fustigar a los muchachos camporistas, el círculo rojo o la guardia de hierro de Cristina. Sapag les dijo que vienen haciendo mal las cosas y que deben trabajar más. Fue en respuesta a un comunicado de la fuerza que conduce Andrés Larroque. El senador Pichetto pidió disculpas en nombre de Mariano Recalde por los insultos a otros legisladores, a los que llamó zánganos. Juan Cabandié fue y vino sin ponerse de acuerdo con él mismo en si la tristemente célebre ESMA debe ser un lugar de memoria y reflexión o de celebración de la vida. O ambas cosas. Hasta Gabriela Cerruti se atrevió a criticarlos. Los intendentes del Conurbano de raíz peronista ortodoxa acusan a los que consideran responsables de la mala elección que hicieron. Critican por tiernos e inexpertos a Juan Manuel Abal Medina, Martín Sabbatella, Horacio Verbitsky y la cúpula de La Cámpora. “Mucho celular y chofer y poco barro y picardía”, les echan en cara.

Hasta los buenos de Daniel Filmus y Martín Insaurralde tuvieron la audacia de reconocer la devaluación y la inflación. Y encima lo hicieron desde los estudios de TN, donde la sangre genocida al parecer esta vez no los salpicó. Hasta hace poco, los candidatos con más vidriera del Frente para la Victoria hubieran sido acusados por la cadena de tuits de “alta traición a Cristina” por mucho menos de lo que dijeron y por el lugar en que lo dijeron. Berni dice que los que dijeron que la inseguridad era un invento de los medios estaban mintiendo. Ya no se puede creer en nadie. Ahora quieren bajar la edad para imputar a los menores y apelan a un hombre rústico y reaccionario como Alejandro Granados para manejar la Policía Bonaerense. ¿Qué dirá el CELS al respecto? Hasta Berni repite un discurso que antes era considerado destituyente.

La verdad es que algo nuevo se consolidó en las urnas de las PASO. Los votos sepultaron los restos de los intentos de reelección eterna de Cristina y las elecciones parlamentarias dentro de cincuenta días van a poner a prueba el liderazgo de la Presidenta para conducir su propia tropa.
Una derrota más abultada que la anterior aceleraría la huida casi cotidiana de dirigentes hacia el Frente Renovador de Sergio Massa y cuestionaría a fondo la autoridad de Cristina para elegir a dedo a su sucesor en 2015. Los pocos que se han expresado dentro del cristinismo (Scioli, Caló y algún otro) reclaman elecciones internas. Es como decir que decida el pueblo peronista y no Cristina. El pueblo suele equivocarse menos, decía Perón, y por eso lo designó su heredero.

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