Legado

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jueves, 12 de septiembre de 2013

Cristina será Cristina hasta el último día Por Carlos Pagni

Cuando Martín Insaurralde propuso bajar la edad de imputabilidad penal,Cristina Kirchner podría haber indicado a sus legisladores que disimularan la ocurrencia. O que la disolvieran en un debate más o menos técnico. Pero reaccionó de otra manera. Ordenó a sus talibanes que redujeran a Insaurralde con una desautorización aplastante. Aníbal Fernández, Juliana Di Tullio, Diana Conti y Carlos Kunkel hicieron campaña durante dos días contra su propio candidato. El más contundente fue Kunkel. Además de considerar que "Insaurralde está mal asesorado", afirmó que "el peronismo jamás votó leyes represivas". En el entusiasmo olvidó que él mismo tuvo que renunciar a su banca de diputado en 1974 porque se opuso a la draconiana reforma del Código Penal de Juan Perón

El rechazo a la iniciativa de Insaurralde no fue un reflejo ciego. Fue una decisión racional, deliberada, que se adoptó con un objetivo muy preciso: trazar una línea nítida a partir de la cual los disidentes serán enviados a la hoguera. Esa marca ni siquiera fue pensada para Insaurralde. Su verdadero destinatario es Daniel Scioli, su asesor.

La reprimenda contra el intendente de Lomas de Zamora forma parte de una estrategia general, a través de la cual la señora de Kirchner pretende organizar su salida del gobierno y, sobre todo, su instalación en el mapa del poder a partir de 2015. Si se examinan algunas medidas que está adoptando en estos días, se comprende mejor ese programa: cuando la oposición amenazó con aumentar el mínimo no imponible de Ganancias a alrededor de 8000 pesos, ella lo llevó a 15.000; para financiar la caída de recaudación correspondiente redobló la presión fiscal sobre las empresas con dos nuevos tributos; ayer se corrigió la escala para los monotributistas, pero no se prometió mejora alguna a las compañías que tienen prohibido ajustar sus balances con arreglo a la inflación; en San Petersburgo siguieron las hostilidades contra los Estados Unidos, a pesar de que la Corte Suprema de ese país debe tomar decisiones en el pleito con los holdouts ; la Secretaría de Cultura se mudará de Rodríguez Peña y Alvear a una villa de emergencia; y cuando Insaurralde está por entrar a los estudios de TN, la Presidenta denuncia que hay medios que pretenden derribarla con balas de tinta.

Balance provisional: la Presidenta se encamina hacia 2015 aferrada a sus consignas más o menos populistas, y refractaria a decisiones que estimulen la inversión o, peor aún, insinúen un ajuste. Esa hoja de ruta se decidió después de las elecciones del año 2011. Con aquel triunfo espectacular, Cristina Kirchner quedó enfrentada casi a un solo límite: en cuatro años debería abandonar el poder. Frente a ese dato, podría haber corregido las inconsistencias más graves de su política económica y facilitado la emergencia de un sucesor corrido al centro. Pero eligió otro rumbo. Estatizó la principal empresa del país; intervino el mercado de cambios; subordinó el Banco Central a la Secretaría de Hacienda; llevó al extremo su conflicto con la prensa; intentó avanzar sobre los tribunales, y abandonó el único registro que le quedaba de alineamiento occidental pactando con Irán. Interpretadas como programa electoral, esas determinaciones suponían un único candidato: ella misma.

Pero la posibilidad de otra reelección se frustró con las primarias de hace un mes. Desde entonces no ha aparecido un solo indicio de que la Presidenta esté dispuesta a remodelar su política para que los candidatos del PJ puedan sintonizar mejor con la opinión pública. Al contrario, todas las señales que se emiten desde Olivos anticipan que ella aspira a consolidar una clientela propia, es decir, una franja del 20% del electorado que le permita seguir siendo una protagonista decisiva cuando haya otro gobierno.

Con la mirada puesta en esa meta, la señora de Kirchner prepara un blindaje que la ponga, por lo menos por un año, al amparo de eventuales exigencias de su partido para racionalizar la economía. Al reducir impuestos coparticipables reforzó el vasallaje de los gobernadores con el Tesoro. Además, en las próximas horas enviará al Congreso los proyectos para aprobar el presupuesto 2014, renovar el impuesto al cheque y los superpoderes. Quiere aprovechar el tiempo que queda hasta el 28 de octubre: ese día, los realineamientos en los bloques del PJ abrirán un período de debilidad parlamentaria que se cerrará con el ingreso de los nuevos diputados, el 10 de diciembre.

Las próximas elecciones bonaerenses han pasado a ser un problema para Scioli. El gobernador debe ofrecer un horizonte de supervivencia a los dirigentes que todavía no se pasaron a las filas de Sergio Massa. Ésta es la razón por la cual habla de las internas presidenciales de 2015; distribuye poder con los intendentes -la designación de Alejandro Granados en Seguridad es un primer ejemplo-; promete la reapertura del PJ; afirma su alianza con el debilitado Francisco de Narváez, a quien habría ofrecido un ministerio en la provincia, y sostiene a Insaurralde, prometiéndole la presidencia del PJ bonaerense.

Cristina Kirchner tiene la cabeza más allá de 2015. Los únicos que siguen contestando las llamadas de Insaurralde son Julio De Vido y Diego Bossio. Alicia Kirchner y La Cámpora se han desentendido de su candidatura. Sergio Berni avisó que sus gendarmes irán al conurbano sólo por 45 días. Y Florencio Randazzo y Julián Domínguez tratan de salvar la ropa en Chivilcoy y Chacabuco, ahora que el kirchnerismo encontró en Pablo Zurro, el intendente de Pehuajó, a un nuevo líder para la cuarta sección electoral.

Cuando en junio pasado se decidieron los alineamientos electorales, Scioli permaneció junto a la Presidenta con la fantasía de que ella destruiría a Massa y, de ese modo, despejaría su camino hacia 2015. Pero hasta ahora el destruido es Insaurralde. La idea de que Cristina Kirchner trabajaría para su candidatura presidencial una vez que advirtiera que la reelección está perdida fue un proyecto que Scioli no pensó con detenimiento. Cristina Kirchner no es Lula, entre otras cosas porque no tiene la generosidad de Lula, ni abandona el cargo con el encanto con que Lula dejó la presidencia de Brasil. Tampoco Scioli cultiva la ortodoxia que expresaba Dilma: por ejemplo, se sigue resistiendo a decir que "Clarín miente".

El experimento en el que se ha embarcado Scioli, convertirse en el heredero de una administración que se va volviendo cada vez más impopular, desafía algunos antecedentes negativos. Eduardo Angeloz, en 1989, intentó que Raúl Alfonsín, entonces presidente, aceptara las correcciones que reclamaban las encuestas. Para diferenciarse del gobierno terminó pidiendo la renuncia del ministro de Economía, Juan Sourrouille. El distanciamiento de Eduardo Duhalde respecto de Carlos Menem, diez años después, fue mucho más severo. Duhalde pedía una devaluación, que llamaba "programa productivo". Y Menem le contestaba con la dolarización.

Alfonsín, Menem y la señora de Kirchner tienen un aire de familia. Son caudillos y, como tales, se tienen a sí mismos como único recurso. Sus liderazgos han sido tan pregnantes que parecen condenados a dos opciones: sucederse a sí mismos o habilitar el ascenso de otra fuerza.

Es demasiado temprano para vislumbrar el año 2015. Pero puede ser útil, aunque más no sea como hipótesis, imaginar que para la Presidenta es mucho más relevante mantener su gravitación en la escena que garantizar la continuidad del peronismo en el poder. Sobre todo porque esas dos circunstancias pueden ser contradictorias. En Santa Cruz favoreció la derrota de Daniel Peralta. Su conducta ante las apostasías de Insaurralde reproducen ese criterio. Y algo de esto sugirió al confesar que en 1973 votó por Juan Perón y no por el PJ. Si esta conjetura fuera valedera, habría que prever que en los próximos dos años sus movimientos tenderán a la fragmentación. Es posible que aliente a Massa y a Scioli al mismo tiempo; y que a último momento promueva a algún otro candidato para seducir a sus feligreses más recalcitrantes. En un tablero configurado de ese modo, las posibilidades del no-peronismo -sea en la variante que ofrecen Sanz, Cobos o Binner, sea en la de Macri-tienden a aumentar.

En el PJ no hay quien exhiba un plan que neutralice el de la Presidenta. Ella tiene un programa de salida. Todavía no apareció alguien con un programa de llegada. Sería incorrecto, sin embargo, olvidar que la capacidad de operación de Cristina Kirchner sobre el proceso público será menguante. Así y todo, hay un factor que trabaja a favor de ella: desde el colapso del año 2001 no existió en la Argentina esfuerzo alguno para reconstruir el sistema de partidos. Es verdad que la Presidenta sacó un enorme provecho de esa desidia. Pero la libanización de la política no es un invento suyo. Es la antigua patología de una sociedad que sólo es capaz de estabilizarse bajo el imperio de una jefatura autoritaria..

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