Legado

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miércoles, 21 de agosto de 2013

Golpismo, un fantasma para disimular derrotas

Es más lo que subyace que lo que aparece. Es el rumor de una posible inestabilidad institucional. La revancha de supuestos sectores afectados por la "revolución" kirchnerista. Es también lo mismo que ha sucedido cada vez que el oficialismo actual se enfrentó con la adversidad política.

La derrota del Gobierno hace dos domingos, dice la leyenda cristinista, despertó los sueños golpistas que estaban dormidos en poderosos sectores de la sociedad. Éstos aspirarían a un final prematuro y abrupto de la Presidenta. No hay una sola prueba de semejante conspiración, que la propia Cristina Kirchner reveló por primera vez cuando distinguió entre "los dueños de la pelota" y los "suplentes". Los suplentes son, en ese idioma para muy pocos, los candidatos que ganaron las elecciones pasadas.

Sólo hubo dos expresiones públicas importantes con esa denuncia, aunque el cristinismo intoxicó las redes sociales con la fábula de la desestabilización.

La primera que formalizó la hipótesis de la conspiración fue la presidenta del bloque de diputados kirchnerista, Juliana Di Tullio, quien pronosticó que la eventual elección por parte de la oposición de un presidente de la Cámara de Diputados sería un "golpe institucional". Más moderado, el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, se manifestó "preocupado" por la posibilidad de una crisis profunda y aludió, sin nombrarlo, al colapso económico e institucional de 2001 y 2002. Scioli no habló de una conspiración, sino de "cosas que se escuchan" y que significarían agravios a la investidura presidencial.

Lo único verdadero, a todo esto, es que varios sectores de la oposición adelantaron que promoverán a un presidente propio de la Cámara de Diputados si se los permitiera el resultado de las elecciones de octubre. Sería una mayoría precaria, claro está, surgida de la suma total de los legisladores opositores. La presidencia de la Cámara de Diputados está en la línea de sucesión presidencial, después del vicepresidente de la Nación y de la presidenta provisional del Senado. Al revés que en 2009, cuando los propios opositores apoyaron a un presidente kirchnerista de la Cámara, esta vez la oposición amenaza con llevar a uno de los suyos hasta la cabeza de ese cuerpo. El único que no se pronunció hasta ahora es Sergio Massa, cuyos votos serán seguramente decisivos para elegir a un presidente opositor. Massa aclaró que él no quiere ese puesto, pero no adelantó una opinión sobre qué extracción debería tener el futuro titular de la Cámara.

El cambio de opinión entre los opositores se explicó con la experiencia de 2009. Un presidente cristinista entre 2009 y 2011, cuando la oposición controló la mayoría del cuerpo, interfirió en el tratamiento de los proyectos surgidos del antikirchnerismo e impidió un diálogo entre el Congreso y el Poder Judicial. El mundo occidental está lleno de ejemplos de cuerpos parlamentarios presididos por dirigentes opositores al Poder Ejecutivo. En ningún caso se sospechó de intentos golpistas por parte de los partidos políticos críticos del gobierno.

Es extraño, además, que Cristina Kirchner califique ahora de golpista la elección de un presidente opositor de la Cámara de Diputados. En 2001, luego de las elecciones legislativas que perdió el entonces presidente Fernando de la Rúa, la oposición triunfante eligió al peronista Ramón Puerta como presidente provisional del Senado. La entonces senadora Cristina Kirchner votó a favor de la elección de Puerta. Esta elección significó mucho más que lo que ahora podría representar la del presidente de la Cámara de Diputados. El vicepresidente de De la Rúa, Carlos "Chacho" Álvarez, había renunciado en medio del escándalo por los sobornos en el Senado. La elección de Puerta era directamente la elección de un vicepresidente peronista para el radical De la Rúa. En efecto, pocos días después de su elección, Puerta se hizo cargo interinamente del gobierno tras la renuncia de De la Rúa. La actual hipersensibilidad ante supuestos golpismos no apareció entonces en la senadora Kirchner.

El problema sin solución del relato cristinista es que ninguno de sus opositores quiere que ella se vaya antes del 10 de diciembre de 2015. Todos sus críticos exhiben argumentos de respeto a los plazos constitucionales y al Estado de Derecho. Sin embargo, existe también en no pocos de sus opositores la renuencia a hacerse cargo de los fracasos, sobre todo económicos, de la era kirchnerista. Ésta es la primera experiencia en la que el peronismo conservará el poder durante tres mandatos consecutivos. "Es hora de que el peronismo pague las facturas de su larga fiesta y no que lo haga otro", suele decir uno de los más notorios dirigentes de la oposición.

¿Qué significa pagar la factura de la fiesta kirchnerista? Hay problemas en la economía. El valor del dólar es diferente según el mercado oficial o el informal, y eso trastorna el comercio y la producción. El cepo a la compra de moneda extranjera frenó en secó la inversión. La inflación es cada vez más alta y el Gobierno ni siquiera la tiene en cuenta. La caída de reservas no cesó nunca, a pesar de las prohibiciones para comprar dólares. El creciente gasto público subsidia a empresas más que a argentinos carenciados. El déficit energético, que antes del kirchnerismo no existía, se lleva ahora gran parte de los recursos que el país obtiene por sus exportaciones. Nadie quiere hacerse cargo, antes de tiempo al menos, de semejante herencia.

Desde ya, el cristinismo no está hablando de un golpe de Estado clásico, porque eso no sería verosímil. La Presidenta designó hasta su propio hombre fuerte en las Fuerzas Armadas, el general César Milani, que volcó a los militares en actividad hacia la militancia política y cometió un error histórico. Cristina Kirchner sólo ha hecho mención de los poderes fácticos: banqueros, empresarios y sindicatos. Éstos defienden opiniones e intereses diferentes entre ellos y, a veces, distintos del propio Gobierno. Pero eso no es golpismo; es, simplemente, la diversidad de posiciones que requiere una democracia plena.

La desestabilización o el golpismo es un viejo recurso del kirchnerismo. Apareció por primera vez durante la guerra perdida con el campo. Patrullas kirchneristas recorrían entonces la calles gritándole "golpista" a cualquiera que disintiera de las opiniones del Gobierno. Reapareció luego con la derrota en las elecciones de 2009; entonces, una mayoría social se había vuelto "golpista". La exageración retornó junto con los cacerolazos que comenzaron hace casi un año, en septiembre de 2012.

La guerra con el campo fue una derrota política e institucional de un gobierno exaltado. Sólo eso. Las elecciones de 2009 fueron un fracaso electoral. Previsible para cualquier administración. Los cacerolazos son expresiones sociales espontáneas, como las que han sucedido, y suceden, en muchas ciudades del mundo. No hay golpismo a la vista, salvo que el eslogan "Cristina eterna" sea la única fórmula posible de la estabilidad institucional

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