Legado

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miércoles, 10 de julio de 2013

Un relato contradictorio, que se va vaciando POR EDUARDO VAN DER KOOY

Cristina Fernández reiteró su pedido de una reforma judicial. Lo hizo en el acto en Tucumán, por el 9 de Julio, durante el cual elogió la presencia de Susana Trimarco. Se trata de la madre de Marita Verón, una joven que desapareció en esa misma provincia en abril del 2002, en un caso de trata.

Antes de la ceremonia, la Policía tucumana impidió a los palos una marcha de protesta encabezada por Alberto Lebbos. Es el padre de la joven Paulina, asesinada hace cinco años en un episodio con perfiles similares al de María Soledad Morales, en Catamarca, que terminó con el reino de los Saadi. El hecho ocurrió mientras Lebbos se desempeñaba como subsecretario de la Juventud de José Alperovich. La reactualización del crimen de Paulina echó sombras sobre la conducta de familiares del gobernador. En especial, sobre uno de sus hijos, Gabriel.

El contraste entre ambos sucesos y el también diferente comportamiento presidencial permiten arrimar a una conclusión: el relato de Cristina se está vaciando de modo irremediable.

Casi no existe tema que pueda abordar sin contradecir la realidad. Hay otras cuestiones que, directamente, prefiere soslayarlas. Flancos débiles para un tiempo de campaña y de elecciones cruciales.

Su palabra también suena con disonancia cuando transcurre fuera de las fronteras. Días pasados, al compartir en La Paz el desagravio a Evo Morales por el inaudito bloqueo europeo a su avión presidencial, exaltó la defensa de los pueblos originarios del país del altiplano.

Los Qom, de Formosa, padecen aquí el avasallamiento del gobernador Gildo Insfrán, ante la actitud pasiva de la Presidenta. Félix Díaz, el líder de esa comunidad, fue recibido en el Vaticano por Francisco. El Papa le prometió una gestión para aflojar la intransigencia o el desinterés presidencial. Tal desinterés no parece reciente: en los últimos 5 años, todos del ciclo cristinista , se denunciaron 18 muertes en distintos pueblos originarios. No sólo de los Qom.

El único eje inamovible del mensaje de Cristina es el de la reforma judicial.

Nadie ha logrado convencerla de que esa batalla la perdió ante la opinión pública.

Los candidatos oficiales que deben dar la cara en campaña se toman la cabeza frente a semejante terquedad. La derrota sucedió en todos los terrenos. La Corte Suprema volteó su proyecto cuando declaró inconstitucional la elección de jueces y académicos para la nueva Magistratura. Queda por definir el reemplazo de una mayoría especial por otra simple para designar y destituir a magistrados. La oposición ha encontrado en esa cuestión un anclaje compartido para la campaña. El candidato que acaba de formalizar la división del kirchnerismo, Sergio Massa, elogió a la Corte Suprema y reclamó un Poder Judicial independiente al presentar los candidatos de su Frente Renovador. El intendente de Tigre machacó además con la inflación, la inseguridad, la re-reelección y la imposibilidad de cualquier intento de reforma constitucional. Coincidió, en todo eso, con la plataforma del resto opositor, abanicado de derecha a izquierda. Le faltó hablar de corrupción, que también ocupa uno de los centros de campaña.

La Presidenta no habla de reforma constitucional ni de re-re. Esa tarea la deja a sus peores laderos, como la diputada Diana Conti. Tampoco puede mencionar la inflación y menos aún los ilícitos de su Gobierno y sus amigos. En Tucumán, incorporó una novedad: pidió que no le hablen más de inseguridad si antes no se aprueba la reforma judicial. Un ardid que, tal vez, hubiera permeado en sus épocas de apogeo. Difícilmente ahora, cuando en un año y medio derrochó gran parte de su capital político y confianza pública. La inseguridad será, con probabilidad, otro lastre que ella y sus discípulos deban sobrellevar en la campaña.

Tal vez ese cúmulo de carencias expliquen la inclinación de Cristina por desviar sus palabras hacia temas globales y mundanos. También ocurrió ayer con su discurso en Tucumán. La Presidenta mencionó que se avecina un “mundo diferente y complejo” que no atinó a precisar cómo sería. Nunca lo hace. A lo mejor para no caer en el simplismo de algunos asesores setentistas que la circundan que, como en aquellos tiempos, auguran o desean “la fase terminal del capitalismo”. Igual que cuando refiere a la inseguridad, en ese terreno Cristina apela también a un atajo. Desafía la incertidumbre convocando a construir un Estado aún más poderoso y entrometido del que existe. Desgranó, en ese sentido, una frase memorable. Por lo falaz. “Fortalecer el Estado no es fortalecer un partido o un Gobierno”, declamó. Hasta Pinocho se hubiera sonrojado: el cristinismo, incluso más que el kirchnerismo del ex presidente muerto, se sostiene sobre las cajas y las estructuras del Estado. Poco más que eso, aunque mucho en una nación devastada de instituciones, partidos y poderes económicos de fuste.

Con ramalazos de nostalgia setentista, Cristina cargó además contra el vapuleado imperio. Sostuvo que le “corrió frío” al enterarse de que Estados Unidos también habría espiado a la Argentina. Así lo reveló el ex topo de la CIA, Edward Snowden, protegido en Rusia y reclamado como un héroe libertario por Ecuador, Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Cristina siempre acostumbra a contar los trailer, nunca la película. Lo de Snowden pareciera apenas el prólogo de una historia de espionaje muchísimo más amplia y conflictiva, en la cual el Cono Sur sería sólo una pequeña referencia. Tal vez el principal protagonista, para sorpresa de muchos, sea el viejo Reino Unido. Con la participación también de Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Londres sería el mayor filtrador de la información que, sobre todo por medio de las redes, circula entre Europa y Estados Unidos.

Cristina le endilgó culpas a la oposición de no levantar la voz por aquel espionaje y hacerlo, en cambio, por el nunca aclarado Proyecto X de Gendarmería destinado, al parecer, a indagar en la vida privada de los argentinos. Esa cuestión ha quedado en la nebulosa . La Presidenta jamás explicó, sin embargo, qué es lo que ocurre con Irán.

En qué quedó el Memorándum de Acuerdo firmado en el verano que, a juicio suyo, apuntaba a la búsqueda de la verdad definitiva por el atentado en la AMIA que provocó la muerte de 85 argentinos.

Nunca dijo, tampoco, por qué razón decidió proteger de las acusaciones a un régimen iraní que –está probado– realizó mucho tiempo, más allá del ataque criminal, tareas de espionaje en nuestro país. Nadie podría certificar que no lo siga realizando e, incluso, financiando de modo directo o a través de terceros a movimientos sociales incrustrados en el cristinismo.

Serían tantas las presunciones de ese resguardo que cualquier movimiento de piezas en el tablero interno despierta sospechas. Francisco Larcher, el comando de la Secretaría de Inteligencia, habría sido enviado al ostracismo por alimentar el informe del fiscal Alberto Nisman sobre la responsabilidad de Irán. Cristina preferiría desde ahora el espionaje interno a cargo de un amigo, el general César Milani. Por ese motivo lo habría encumbrado como jefe del Ejército.

Parafraseando la modernidad de Cristina, a los efectos de su relato, sería “más cool” hablar de la supuesta perversión de Washington que la de Teherán.

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