Legado

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jueves, 4 de abril de 2013

Una tragedia que no admite más disputas ni dilaciones


La falta de previsión y de políticas de Estado debe ser rápidamente superada en busca de soluciones que prioricen la seguridad y el bienestar de la población.

Decenas de muertos, cuantiosas pérdidas materiales en centenares de hogares y una enorme angustia por un presente perdido y un futuro impredecible representan apenas una pequeña enumeración de los daños que causó la última inundación registrada en la ciudad y en numerosos partidos bonaerenses. Fue una catástrofe en varios sentidos, no sólo climáticos.

No pocas tragedias humanas, individuales o colectivas en nuestro país vienen casi siempre precedidas por una tragedia social y política, una suma de oportunismos, de desaprensiones y actitudes egoístas de quienes sólo parecen pensar y actuar para el corto plazo.

La ciudad de Buenos Aires ha crecido enormemente a lo largo de los años. La gran masa de gente que se ha ido asentando en ella y en sus alrededores no ha contado con la necesaria planificación de las autoridades de turno para que, con el tiempo, su llegada no resultara un problema habitacional y sanitario. Los loteos y las usurpaciones en zonas bajas, inundables, son una práctica habitual y no sólo en la Capital. Las posibilidades de trabajo que ofrecía y ofrecen las grandes urbes han derivado en que mucha gente se asentara en lugares donde se sabe que la vida es muy riesgosa, cuando no imposible. Las márgenes de ríos como la contaminada cuenca del Riachuelo son un ejemplo de ello. La política habitacional corrió siempre detrás de los hechos consumados.

Pero no se trata solamente de zonas que hoy podrían considerarse marginales. El desapego por el comportamiento de la naturaleza y el desconocimiento o el uso impropio de la tierra determinaron que barrios enteros de clases media y alta se erigieran hacia el cielo clausurando drenajes naturales y provocando una superpoblación que colapsa los más elementales servicios. El exceso de pavimento ha hecho menos permeables los suelos.

Cuando los problemas comenzaron a hacerse evidentes, las soluciones siempre fueron parciales. A las contadas oportunidades en que se intentó planificar a largo plazo, se opuso una serie interminable de mezquindades políticas. El bloqueo de eventuales réditos del adversario dejó en el camino obras que hubieran significado un alivio de fondo, duradero. Por caso, los trabajos en el arroyo Maldonado, cuyos desbordes no hace mucho dejaban literalmente sumergidos a numerosos barrios de la ciudad, debieron esperar 14 años para ser terminados. Fue la última y casi única obra de esa magnitud que se hizo en casi 70 años.

El Plan Director Hidráulico, elaborado durante la gestión local de Fernando de la Rúa, en 1998, sólo en 2005 consiguió el primer aval para comenzar los trabajos. De ese proyecto nos separan hoy 15 años. La ciudad ya no es la misma y, sin embargo, es el que se usará para aliviar los desbordes de las cuencas de los arroyos Medrano y Vega, causantes, en parte, de la última catástrofe. Desde 2008, la Ciudad gestiona fondos internacionales para comenzar las obras de arreglo del Vega. El aval de la Nación sólo llegó la semana pasada.

¿No hubo dinero en todos estos años? Probablemente sí, pero no fue priorizado para esas obras. Se mire por donde se mire, la solución no ha llegado y las responsabilidades no son privativas de un solo sector. Lamentablemente, es una situación que se reproduce en casi todos los distritos del país.

A eso hay que sumar los nefastos efectos del cambio climático. Habrá más inundaciones, más copiosas y más seguidas. Los expertos ya dieron sus alertas. Los gobiernos, en cambio, no atinan a ponerse de acuerdo para afrontarlos, menos aún, para intentar prevenirlos.

El sector privado también debe repensar su red de protección a los usuarios. Hasta 2006, por ejemplo, cuando un granizo destruyó centenares de automóviles, las pólizas de seguro no contemplaban ese fenómeno. Hoy muchos seguros para viviendas excluyen la posibilidad de resarcimiento ante fenómenos naturales. Eso debe ser reconsiderado, del mismo modo que los bancos deben contar con líneas de créditos accesibles para los damnificados, amén del reclamo que corresponda hacer a los gobiernos.

De esta última tormenta se sabía un par de días antes, aunque su dimensión resultó mayor de la esperada, con disímiles precipitaciones aun en lugares muy próximos. No sólo las autoridades demostraron falta de reacción para paliar sus efectos mediante una profunda limpieza de calles y desagües. Tampoco estuvieron a la altura de los hechos los vecinos que siguieron depositando bolsones de residuos en las calles, incluso cuando la lluvia ya había comenzado.

Un nuevo entubado no resuelve por sí solo el problema. Como se dijo, la catástrofe climática no es ajena a la situación social que la precede. Hay muchas cosas que cambiar, no sólo los drenajes subterráneos. Las zancadillas políticas de las últimas horas, tendientes a eludir responsabilidades traen a la memoria otros tristes recuerdos de hechos trágicos en los que nuestra dirigencia ha sucumbido ante su propia ineficiencia.

En contradicción con este tipo de actitudes, numerosas instituciones y particulares, entre los que también se incluyen dirigentes partidarios y gremiales, han salido prestamente en auxilio de los damnificados. Entre ellos, la Red Solidaria y Juntando Huellas reciben donaciones en la Catedral Metropolitana; la FUBA, en Uriburu 920, y la Fundación Sí, en Ángel Carranza 1962; la AMIA, en Pasteur 633. Paralelamente, se ha abierto la cuenta corriente Banco Nación N° 35869/51 - Sucursal Plaza de Mayo 0085. CBU 01105995-20000035869519, a nombre de Cáritas Argentina Emergencia, y la filial Saavedra de la Cruz Roja recibe ayudas en Quesada 2602, Capital.

Como se dijo, es tiempo de ayudar en la contingencia, pero también de pensar todos juntos en salidas viables a las crisis que se nos puedan presentar y de ponerlas en práctica asumiendo la necesidad de considerar el tema como una verdadera política de Estado entre la Nación, las provincias y los municipios. Por mucho tiempo más tendremos que convivir con las inundaciones. De todos nosotros depende que esa convivencia no se traduzca en nuevas muertes.

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