Legado

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viernes, 19 de abril de 2013

LA PATRIA ES EL OTRO Y SOMOS TODOS

o tengo empleada doméstica con uniforme. No vivo en Barrio Parque. No veraneo en Punta del Este. A veces ni veraneo. Las consignas desaforadas contra el kirchnerismo me dejan fría. Tanto como las promesas de lealtad de "los pibes" kirchneristas de entregarse en cuerpo y alma por la "revolución".

Creo en varias cosas. Creo que la vida es una sola y es sagrada y no se da ni se quita. Por nada ni por nadie. Porque el poder es por definición opaco, siempre, no importa quién lo ocupe. Imposible alcanzar en las múltiples capas de intenciones que se acumulan sobre sus instituciones, sus figuras y sus decisiones, una verdad última, pura, libre de sospecha. Ni siquiera cuando sus relatos públicos nos quieran convencer de estar del lado de las causas buenas o de las causas eficientes.



Las consignas desaforadas contra el kirchnerismo me dejan fría. Tanto como las promesas de lealtad de "los pibes" kirchneristas de entregarse en cuerpo y alma por la "revolución"


No creo que la lealtad constituya la relación ideal de los ciudadanos con las ideologías y las ideas políticas, con cualquier idea política, y menos con hombres y mujeres políticos en particular. Los hombres y las mujeres también son opacos. Siempre, aun cuando sean buena gente. E inclusive algunos son oscuros.

Todo ejercicio práctico del poder, o de la gestión, no importa cómo se lo llame, obliga a traducciones de los ideales a la práctica. En esa traducción sólo hay pérdida: de pureza y transparencia. Y no sólo cuando la corrupción da forma al hacer político y esa pérdida pasa a ser sinónimo lisa y llanamente de oscuridad y delito.

En las mínimas negociaciones a las que obliga el ejercicio práctico del poder, aún cuando no caiga fuera de la legalidad, se confirma también una degradación de esos ideales por los que los "pibes", cualquier pibe, dicen que darían su vida. Cualquier mínima negociación también relativiza el purismo de las ideas.

Por eso mi utopía personal es una sociedad sin militantes. Sin lealtades políticas. Ni la militancia de las causas nobles. Ni la militancia en representación arrogante del pueblo. Ni la militancia del odio irracional contra el gobierno de turno.

No me corran por izquierda: no me refiero a una sociedad despolitizada, fácil de llevar de las narices. No estamos condenados a la indiferencia, al cinismo, al escepticismo o a la sonsera de la neutralidad política. Tampoco a la ira opositora que ve dictadores por todos lados y sólo encuentra en la esterilidad del insulto, cada vez más barroco, el modo de responder a los desatinos del poder.



Al poder se le responde con ideas y con una participación vigilante que controle su ejercicio. Por eso creo en una adhesión política que sea consciente de su carácter provisorio


Al poder se le responde con ideas y con una participación vigilante que controle su ejercicio. Por eso creo en una adhesión política que sea consciente de su carácter provisorio. Que se comprometa racionalmente, entregue confianza y eventualmente se lance a la participación política, todo eso sólo en la medida en que el otro, el poder, escuche, responda, cumpla. Y cuando eso no suceda, espero que aquellos que antes adhirieron, ahora exijan y cuestionen aún cuando se ponga en juego la legitimidad de aquellas ideas y dirigentes con los que más simpatizan.

Antes que la noción de "pueblo" prefiero el concepto de "ciudadano" siempre que logremos liberarlo de la connotación "loser", de discapacitado para el ejercicio del poder en serio que arrastra desde el fracaso alfonsinista. El ciudadano tiende a la racionalidad. El pueblo, a la pasión acrítica y la seducción del carisma.

Mi racionalidad ciudadana se obsesiona últimamente con dos ideas. Primero, que la mayorías son temporarias. En el mediano plazo, cambian de mano. No hay vuelta con eso. Lo hemos aprendido en la historia argentina. Por eso un gobierno responsable, aún cuando tenga la legitimidad del voto del cincuenta y cuatro por ciento de los votantes, no puede desoír los puntos de vista del otro cuarenta y seis por ciento. Sobre todo cuando sus actos de gobierno condicionan un futuro con mayorías que quizás no le pertenezcan.



Una democracia de consensos, de correcciones diarias y marginales y no de batallas parciales en pos de una pretendida utopía final, una revolución, que encierra en definitiva la ilusión de ganar la batalla y silenciar definitivamente al otro


Por eso también me obsesiono últimamente con una democracia de consensos, de correcciones diarias y marginales y no de batallas parciales en pos de una pretendida utopía final, una revolución, que encierra en definitiva la ilusión de ganar la batalla y silenciar definitivamente al otro. A la mitad de un país.

Hemos aprendido con tragedias nacionales las consecuencias irreparables de desaparecer y exiliar al otro. Tampoco sirve silenciarlo o ningunearlo. La Patria somos todos. Los que nos caen bien y los que no.

También tiene razón la presidenta Cristina Fernández de Kirchner cuando dice que la Patria es el otro. Pero no debería serlo sólo cuando el otro es víctima vulnerable, sólo cuando su estado de necesidad nos da la oportunidad de ejercer, magnánimos, la grandeza de la solidaridad, su goce. En la solidaridad también hay ego. Nos hace nobles.

La Patria también es el otro cuando nos devuelve un espejo imperfecto de nosotros mismos. Cuando, por ejemplo, el otro expone los puntos débiles del poder y le habla de igual a igual y le exige el cumplimiento de las obligaciones que el poder elude. La Patria también es el otro cuando el otro reclama ser escuchado, exige consensos, demanda calidad democrática y se planta como ciudadano libre y racional. Por todo esto, hoy, sin pechera de ninguna clase y sin insultos contra las instituciones en la punta de la lengua, adhiero a la marcha

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