Legado

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martes, 5 de febrero de 2013

Desterrar la violencia y las divisiones en la sociedad

l último fin de semana marcó un punto crítico en cuanto a la tolerancia social y el respeto por el otro: mientras los funcionarios nacionales Amado Boudou y Axel Kicillof fueron abucheados públicamente por personas que se encontraban en un acto y en un medio de transporte, respectivamente, en la provincia de Buenos Aires hubo duras consignas contra el gobernador Daniel Scioli y el ministro de Justicia y Seguridad, Ricardo Casal, de parte de deudos de dos personas asesinadas por policías hace dos años. De este último reclamo, que tuvo lugar en La Cárcova, una villa de emergencia de la localidad de José León Suárez, participaron el vicegobernador del distrito, Gabriel Mariotto; el diputado nacional camporista Andrés Larroque, y la hermana de la Presidenta, Giselle Fernández.

Al vicepresidente, un grupo de personas lo atacó verbalmente con insultos y abucheos desde las tribunas del acto por el bicentenario de la batalla de San Lorenzo, realizado anteayer en esa ciudad santafecina, distrito en el que se han venido incrementando los enfrentamientos entre el gobierno nacional y el provincial, encarnado en el socialista Antonio Bonfatti.

Al viceministro de Economía, parte del pasaje de Buquebús que anteayer regresaba de Colonia, Uruguay, lo increpó en duros términos frente a su familia, compuesta por su esposa y dos pequeños hijos que, ante la afrenta, no dejaban de llorar. El viceministro finalmente tuvo que dejar su asiento para evitar la agresión.

Ninguna diferencia, ningún parecer distinto ni reproche a las autoridades deben ser encarados de manera violenta. No corresponde, como tampoco corresponde la violencia verbal ejercida desde la cima del poder hacia quienes no concuerdan con el pensamiento del partido gobernante o el de sus primeras figuras.

Desde estas columnas hemos condenado ya enfáticamente los denominados "escraches" contra personas de conocimiento público. Sea por la razón que fuere, la disidencia con alguien vinculado con el poder o en ejercicio de él -actual o pasado- no debe expresarse en términos violentos.

Los hijos de Kicillof, además, padecieron en su inocencia el temor de un ataque verbal que en nada comprenden y que, aunque fueran más grandes -actualmente tienen dos y cuatro años-, no merecen. Tampoco lo merece la investidura del vicepresidente de la Nación como tal, más allá de las causas judiciales que lo tienen en la mira y los chisporroteos políticos que suelen caracterizar a una tribuna.

En 2003, la entonces senadora Cristina Fernández fue atacada en un acto en Catamarca. Un grupo de afiliados al justicialismo provincial la recibió con insultos y huevazos durante un acto proselitista en favor de su esposo, el hoy fallecido ex presidente Néstor Kirchner.

Hace unos días, el actor y dirigente de Pro Miguel del Sel se vio obligado a pedirle disculpas públicas a la Presidenta por haberla insultado groseramente en una función de teatro, al punto de que el kirchnerismo santafecino pidió que se investigara si incurrió en un delito.

No obstante, Cristina Kirchner no tuvo una reacción acorde con su investidura cuando en una de sus últimas apariciones públicas, al recordar lo ocurrido en Catamarca, redobló la apuesta al decir que la podrán volver a atacar, pero que ella seguirá en su mismo rumbo. No es bueno envalentonarse ante la agresión, como tampoco responder con ironías, como hizo mediante una carta al actor Ricardo Darín, que había pedido ahondar en el patrimonio de los funcionarios.

Para generar un clima de paz se necesita del acuerdo y del esfuerzo de todas las partes. La violencia verbal que viene desde la cumbre del poder actúa como un espejo en el cual se miran los gobernados. No es inexplicable, entonces -aunque tampoco merece justificación alguna-, que si se patotea desde el poder se termine agrediendo desde las bases. Padres que maltratan a maestros, pacientes que atacan a médicos, usuarios de servicios públicos que rompen mobiliarios, barrabravas que desprecian la vida ajena y la propia son apenas unos ejemplos del deterioro de la vida en comunidad.

Violentas también son las palabras del senador Aníbal Fernández, del diputado nacional Carlos Kunkel y del dirigente Luis D'Elía cuando suelen descalificar a quienes critican al Gobierno. Y las habitualmente oprobiosas de Hebe de Bonafini cuando llama a tomar el edificio de Tribunales o a someter a juicios populares a los miembros de la Corte Suprema.

Igualmente violenta es la forma en que el actor Federico Luppi le respondió a Darín tras su entredicho con la Presidenta y la de Enrique Pinti cuando la maltrató verbalmente, aunque después reconoció no haberlo hecho en forma consciente.

Las disculpas son siempre bienvenidas cuando la persona que injurió se da cuenta del daño, pero no es un hallazgo decir que lo prioritario y lo que siempre debiera prevalecer es tratar de evitar el daño.

Es más, estamos ante el enorme riesgo de acostumbrarnos a las reacciones violentas, de no conmovernos ni condenarlas con el suficiente rigor.

Tenemos que hacer valer por sobre las diferencias el espíritu republicano de respeto por las personas y las instituciones, y concentrarnos en ejercer nuestros deberes cívicos en plena libertad, con respeto y decoro.

Debemos evitar la tentación de caer en la agresión. No podemos dejarnos llevar por reacciones emocionales que a nada conducen y que sólo empeoran el estado de las cosas. También en esto la ciudadanía debe marcar una diferencia respecto de los ejemplos que tanto abundan y dañan.

Hechos como los del fin de semana deben servir para identificar qué es lo que debemos desterrar si queremos vivir y disfrutar de una vida en democracia, en la que el respeto por la diferencia es siempre un baluarte por defender..

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