Legado

Legado

jueves, 22 de noviembre de 2012

En la política no hay enemigos sino adversarios - ERNESTO SANZ

Hay cuatro circunstancias históricas que para mí constituyen una suerte de base para un programa común para la sociedad argentina: la Declaración de Independencia de 1816, el Preámbulo de la Constitución de 1853, el abrazo de Perón y Balbín el 19 de noviembre de 1972 y la conformación de la Multipartidaria en 1982, antes del retorno de la democracia.

Lo común a estos hitos de nuestra historia es que cada uno de ellos vino a cerrar largos períodos de conflicto y de enfrentamientos, con oscuridad y culpas compartidas.

El único de todos estos hechos que no precisó de ningún texto explicativo o de reafirmaciones periódicas fue el abrazo entre Perón y Balbín, porque el significado de este símbolo representó más que cualquier declaración.

Durante los años transcurridos desde la caída del gobierno de Juan Domingo Perón en el 55 hasta el abrazo con Balbín, la pelea entre peronismo y antiperonismo en el país había sido muy dura, y en ese período la Argentina se había convertido en una máquina de perder oportunidades, circunstancia que nos había llevado, de ser el país de la región con el futuro más promisorio, a convertirnos en la sociedad con más frustraciones a cuestas.

Por eso el abrazo de Perón y Balbín tenía y tiene un valor incalculable. Además de que es digno de rescatar el hecho de que en ese gesto ninguno de los dos cedió o arrió sus banderas. Ni Perón se volvió radical ni Balbín se transformó en peronista. No fue un acuerdo electoral. Balbín siguió siendo Balbín y Perón fue más Perón que nunca.

La carga simbólica no pasó por banderas arriadas sino por un mensaje a la sociedad: que en la política no hay enemigos sino adversarios, que los dirigentes políticos se equivocan y deben reconocer sus errores, que el bienestar de la sociedad debe estar siempre por encima de las diferencias políticas y por encima de los dirigentes por más importantes y encumbrados que estos sean.

En ese momento ambos líderes supieron interpretar a la sociedad, entendieron que había que escuchar más y hablar menos y que cuando la democracia es hegemonizada por dirigentes de espaldas al pueblo se empobrece y pierde valor.

Hoy, cuatro décadas después, no hay Argentina de progreso sin traer de la Historia lo mejor de Perón y lo mejor de Balbín.

Después de aquella fecha probablemente no hayan sido muchos los ejemplos o las réplicas a la altura de este abrazo; salvo lo de la Semana Santa de 1987 no han abundado los hechos similares.

Es más, en la historia política reciente de la Argentina, sobran los ataques, las chicanas y las especulaciones.

Y faltan las muestras de sensibilidad y acuerdo entre quienes, aun pensando distinto, debemos anteponer el país a los intereses partidarios.

Homenajear a estos dos dirigentes a pocos días del 8N, cuando la comunidad marchó en las calles, debe servir para la reflexión, porque la gente le está pidiendo a la política más hechos y menos discurso, más diálogo que monólogos, más apertura y trabajo conjunto que cerrazón e individualismo.

Los problemas que tiene la Argentina hoy son demasiado grandes para una sola persona y deberían ser más fáciles de resolver con un diálogo franco y con el espíritu abierto.

Así como antes del 72 se habían desaprovechado enormes potencialidades, ahora nos sucede lo mismo: estamos perdiendo oportunidades y las están aprovechando otros.

La Argentina de hoy, y especialmente la Argentina de los próximos años, necesita de más abrazos y más gestos como el de Perón y Balbín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario