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miércoles, 4 de julio de 2012

Integración o hegemonía - DANTE CAPUTO

Para un observador, ¿qué debería ser más importante: los fenómenos sociales o la relación entre ellos? De la respuesta dependerá cómo entendamos lo que sucede y cómo anticipemos el curso de las relaciones internacionales. Por cierto, al momento de comprender esas relaciones debemos ser cautelosos. Una cosa son las visiones conspirativas, otra, bien diferente, es comprobar la convergencia objetiva de intereses de poder entre los actores de la vida internacional. Este comentario viene a propósito de Europa y lo que puede suceder y sucedernos en los próximos meses. Si tuviera que hacer una extrema simplificación de las relaciones de poder en Europa, le diría, lector, que lo primero que llama la atención es cómo la crisis ha hecho visible una realidad que hasta ahora sólo se insinuaba. Alemania tiende a ser el poder al cual todos miran. Sus vetos son terminantes y sus pareceres condicionan fuertemente las políticas de la Unión Europea. Nuestro experimento de integración no está lejos de situaciones como ésta. La Unión Europea es el mayor proceso, acordado libremente, de integración multinacional de la historia. Hace 65 años que Europa vive en paz. En los 70 anteriores había conocido tres guerras, con 130 mil muertos en 1870, 10 millones en la Primera Guerra Mundial, 60 millones en la segunda. Europa construyó la paz, el bienestar y el progreso. Hoy la crisis puede amenazar esa obra. Esta no es sólo una “crisis de la deuda” como se la suele presentar, la conmoción que vive la Unión es también política. El desgaste político es, en gran parte, debido a que los mecanismos de dirección de la Unión Europea se alejaron de sus ciudadanos. En Bruselas, la Comisión Europea guía los destinos del continente sin que rinda cuentas prácticamente a nadie. Peor aún, el Banco Central Europeo, de quien depende en gran medida el tipo de solución que se encuentre a la crisis (es decir, quién paga el esfuerzo) no tiene controles políticos que lo evalúen. El sistema político está encabezado por un presidente, belga, cuyo nombre es desconocido por más del 95% de los europeos. ¿Quién conoce al presidente de Europa? De este modo, la realidad europea se caracteriza por una dirección política y económica autónoma, un poderoso, bien preparado y remunerado cuerpo burocrático y la supremacía de Alemania en el proceso real de toma de decisiones. La reunión de las democracias no parece haber resultado en una democracia mayor. En ese mundo donde la integración va insinuando la hegemonía de una Nación, en el que los controles ciudadanos no existen (a pesar de estar en el corazón de la democracia mundial), el poder de los grupos financieros se expande y es determinante para la toma de decisiones. Es más sencillo acordar con Bruselas que con los habitantes de Europa. Es un fenómeno inesperado que el mayor esfuerzo de integración esté hoy en riesgo por los hijos que él mismo generó: un poder autónomo, el papel de Alemania y la influencia del poder financiero. Advertir sobre estos peligros no implica que nada se les opondrá. Los dados no están echados. Los procesos no son irreversibles. Existen fuerzas importantes que buscan desarmar esta mecánica. Hace pocos días, la política pro ajuste de Angela Merkel recibió una ayuda importante con la estrecha victoria del partido conservador Nueva Democracia en Grecia. Por escaso margen, ese partido derrotó a la fuerza que expresa una posición de izquierda y antiajuste, Syriza. Nueva Democracia podrá formar un gobierno de coalición con Pasok, los socialdemócratas que también apoyan el ajuste. En cambio, en Francia el socialismo obtuvo su mejor resultado en elecciones parlamentarias desde la creación de la V República en 1958. El partido del presidente François Hollande tiene ahora mayoría propia en la Asamblea Nacional. Seguramente este resultado no fue del gusto de Berlín, donde hubieran deseado que Nicolás Sarkozy continuara en el poder. Recuerde que durante la última campaña electoral, Merkel anunció que viajaría a Francia para hacer campaña por Sarkozy. Supongo que no osará decir lo mismo respecto al candidato republicano Mitt Romney, aunque hay maneras de ayudar sin participar en sus actos políticos. El presidente Barack Obama y Romney se encuentran en situación de empate técnico según las encuestas. La intención de voto se ha tornado altamente sensible a los menores movimientos de la economía. Hace unos días, la publicación de los datos sobre creación de empleo –menores que las esperadas– provocaron una caída de 300 puntos en la Bolsa de Nueva York. La fragilidad electoral de Obama es alta. Si en octubre de este año Europa trajera malas noticias, el efecto para los demócratas sería decisivo. Si una victoria republicana se produjera, la posición europea de Hollande sería, a su vez, muy delicada. Obama ha manifestado en las últimas semanas su apoyo reiterado a la posición de Hollande sobre la necesidad de políticas de estímulo del crecimiento, más allá del ajuste fiscal impulsado por Alemania. Sin embargo, Merkel, luego de aprobar la idea de inyectar recursos para el crecimiento, presentó un plan de aplicación que, a los ojos de Hollande, diluían el efecto de la reactivación que se buscaba. Esto llevó, en Roma, a un primer enfrentamiento abierto entre ambos líderes. La relación entre los hechos, como se verá, pueden contar más que los fenómenos en sí. Lo que caracteriza al mundo, en especial el actual, es la trama de sucesos, sus interacciones, más que el evento aislado. Los actores juegan a algo más que a la coyuntura. Europa es una región hecha de una historia poderosa, que cada día está presente en las decisiones de sus actores principales. Ni Alemania ni Francia nacieron ayer. Europa está lejos del objetivo enunciado por el general Charles De Gaulle, “una región de naciones”. La burocratización del proyecto europeo que se ha iniciado en las últimas dos décadas tiene una inercia difícil de alterar. No se pueden cambiar fácilmente el mundo instalado en Bruselas, la fuerte influencia de los sectores financieros ni las aspiraciones alemanas. Los unos no tienen bandera, los otros, en exceso.

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