Legado

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lunes, 2 de julio de 2012

EL DESAFIO DE LA OPOSICION

La historia argentina puede ser interpretada a partir de los ideales de Mayo, Progreso y Democracia, tal como los definió la Generación del 37, con Echeverría, Alberdi y Sarmiento como sus abanderados destacados. Por imperio del ideal de Progreso, la Argentina vivió su gran etapa ascendente desde Caseros hasta la asunción presidencial de Yrigoyen en 1916. Pero en esas mismas décadas el incumplimiento del ideal democrático engendró el drama argentino que se desencadenaría con el golpe de Uriburu, en 1930, y que caracterizamos como la barbarie institucional, la denominación conceptual precisa de la etapa descendente de nuestra historia que llega hasta nuestros días y que se desarrolla en paralelo con la lucha agónica del ideal democrático por imponerse en la sociedad argentina. Alcanzada la democracia en 1916, en términos precisos de los ideales de Mayo la equidad era la fase superadora del progreso y la democracia, que necesitaba imperiosamente de la vigencia de ambos para que fuera una trayectoria posible: la equidad era el nuevo nombre de Mayo en que debían fundirse progreso y democracia. Sin embargo, la nueva gran trayectoria que debimos recorrer a partir de ese hito fue frustrada por la confrontación de radicales y conservadores: el peronismo agregaría su cuota de graves errores a esta pérdida del rumbo histórico argentino y bajo una falsa fraseología nacional populista, en aras de proclamar la equidad sacrificaría la democracia y el progreso. Este proceso comenzó hace sesenta años, todavía está inconcluso y se ha encarnado en la antinomia peronismo-antiperonismo que ha esterilizado la política argentina y todavía rige la confrontación entre el kirchnerismo -la forma presente que ha asumido el proteico peronismo- y el arco opositor. La vigencia de esta antinomia ha impedido la maduración de las instituciones de la democracia argentina y la conformación de un moderno sistema político, con la capacidad de generar consensos y políticas de Estado de largo plazo. La antinomia ha sido funcional a la perdurabilidad del peronismo en tanto y en cuanto los gobiernos civiles y militares que fueron su alternativa fracasaron en obtener la adhesión de las mayorías nacionales. Lo que no se suele resaltar con suficiente énfasis es que la raíz del fracaso en hacer olvidar al peronismo fue la estrategia opositora que siguieron aquellos gobiernos: una estrategia que no intentó conquistar ni las banderas ni el electorado de base que le otorga su predominio político. A pesar de invocar el ideal de la equidad como su eje político, la historia demuestra que el peronismo ha terminado sacrificando el progreso y la democracia y con ellos a la equidad. Sin embargo, ha logrado convencer a propios y extraños de que sólo él está destinado a luchar por la justicia social, la redistribución del ingreso, la conservación del empleo o la defensa de los derechos laborales. El peronismo siempre ha sido consecuente con este discurso histórico mientras que la oposición no ha tenido nada similar que oponerle. Y es que bajo la impresión de no caer en la acusación de clientelismo, la oposición no ha peleado con todo su empeño por esas banderas, entregando mansamente su exclusivo usufructo al movimientismo peronista. Frente al anacrónico discurso nacional-populista, es cierto que la oposición ha reivindicado elevados valores cívicos que forman toda una cara de la antinomia peronismo-antiperonismo -como la defensa de las instituciones republicanas, la independencia del Congreso y de la justicia, la libertad de expresión, el apoyo a la educación pública, el estímulo a las inversiones y la estabilidad de las reglas de juego económicas, la libertad sindical, la inserción internacional-, pero a la par ha relegado la atención prioritaria que merecen vastos sectores de la población que subsisten en condiciones de indigencia. Para las fuerzas opositoras, trabajar sobre la antinomia para ir un paso más allá supone mantener la defensa de los valores republicanos y de una economía política acorde con el siglo XXI, puntos menospreciados por el peronismo, a la par que reivindicar la ayuda a los más necesitados, luchar a capa y espada por conseguir la igualdad de oportunidades, aceptar que la inseguridad no será derrotada sin un ataque frontal a la pobreza y a las condiciones miserables en que viven millones de argentinos y que las regiones más retrasadas requieren de la ayuda de sus hermanas más favorecidas. La verdadera injusticia social es la riqueza que no se produce por culpa de la fraseología demagógica. La verdadera injusticia social es mantener a millones de argentinos por debajo de la línea de pobreza cuando perfectamente se pudo haber evitado. El bienestar de los argentinos ha sido sacrificado en el altar de una economía política irracional, que nos impidió crecer de acuerdo con nuestros recursos y enorme potencial. La antinomia peronismo-antiperonismo, en la que ambas partes han sido corresponsables, originó un proceso de decadencia, único en Occidente, y es un pecado que la clase dirigente argentina no termina de expiar. Ante este diagnóstico, la obligación de la oposición, el eje de su estrategia de acción política, deberá ser lograr que no se siga engañando al pueblo argentino: a largo plazo la verdadera justicia social no vendrá de la mano del peronismo, pero para ello la oposición deberá integrar en sus planes de acción política no sólo los valores republicanos sino también la defensa de la equidad como prioridad absoluta.

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