Legado

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lunes, 14 de mayo de 2012

TRIUNFO SOCIALISTA EN FRANCIA

El 6 de mayo representa un giro en la situación europea. Por cierto, las elecciones en Francia, Grecia y Alemania no cambiarán, por sí mismas, la intensidad de la crisis que vive la región. Las dificultades continuarán, las turbulencias de la Eurozona y su futuro no están resueltas. Sin embargo, lo nuevo es la entrada en escena de actores que tendrán una visión distinta acerca de los métodos para enfrentar las dificultades. En Francia la victoria de François Hollande implica, desde la perspectiva con que analizamos estos hechos, la probable ruptura del tándem París-Berlín que había logrado imponer las actuales recetas anticrisis. Esas políticas tienen un denominador común: el costo de la crisis se solventa a través de un fenomenal ajuste que es pagado por las sociedades. Las medidas incluyen aplazamiento de la edad jubilatoria, flexibilización del mercado laboral y reducciones en el sector público de funcionarios y salarios. Lejos de penalizar a los que causaron el problema, se castiga a sus víctimas. Hasta hace pocos días, la idea de la restricción del gasto público a cualquier precio monopolizaba la creatividad técnica y política. El nuevo presidente de Francia lanzó durante su campaña la idea de que sin un pacto de crecimiento la crisis no se resolvería y que el desorden social y político crecería de forma peligrosa. Muchos anunciaron que había decretado su “auto-aislamiento”. Las semanas que siguieron demostraron que Hollande había quebrado el monopolio de las soluciones. Recuerdo bien la década de los ochenta cuando en América latina proponíamos caminos similares ante el brutal ajuste que se imponía a nuestras sociedades. Ahí se ve, lector, una de las diferencias que expresan la asimetría de poder en el mundo. Europeos y estadounidenses nos miraban con el desdén de quien habla con inferiores y débiles. “Si hacen el ajuste, vendrá el crecimiento”, respondían. En cambio, la respuesta en Europa fue casi inmediata; ahora todos parecen abrazarse a ideas fuertes y sencillas: sin crecimiento no hay solución a la deuda y las disciplinas fiscales deben guardar, celosamente, el principio de equidad en el esfuerzo si no se quiere terminar en una hecatombe política. Probablemente si Nicolas Sarkozy hubiese ganado la elección presidencial, estos cambios no se anunciarían. Angela Merkel se quedó sola. La política que había sostenido durante estos meses terminó. Por si le quedaban dudas, su partido, la CDU, sufrió la semana pasada en las elecciones en la región de Mecklenburg su votación más baja desde 1950. Hoy mismo, Merkel recibirá un golpe aun más duro en las elecciones en Renania del Norte-Westfalia, la región más populosa de Alemania. Las encuestas predicen una victoria de la oposición socialdemócrata y ecologista. El mensaje de Europa y de su propio país que ha recibido Merkel es contundente. Crecen las posibilidades de que en las legislativas de 2013 su gobierno se convierta en otra víctima de la crisis. Ante esto, la señora Merkel, quien se había negado a recibir a Hollande durante la campaña, dice esperarlo con los brazos abiertos. El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, un abanderado del ajuste (y ex empleado de Goldman Sachs), hace suya la doctrina del pacto de crecimiento. Más allá de lo que suceda en Francia, lo cual llevará por lo menos varios meses para comenzar a evaluar, el efecto Hollande en Europa es inmediato. Esto quiere decir que la libre expresión de una mayoría social que logra a través del voto conformar una mayoría política, cambia la realidad. Cuando hay oposición, cuando la pasividad y la falta de imaginación no ocupan el lugar de quienes deben proponer alternativas, cuando a una política se enfrenta otra y se explica a la sociedad la alternativa que se propone, suceden hechos como éstos. Acontecimientos mayores que no sólo alteran lo que sucede en una nación sino que cambian el rumbo político y económico de una región que, como Europa, es una de las bases del mundo occidental. Le sugiero, lector, que reflexionemos sobre el costo inmenso que tienen para una democracia la pasividad, la aquiescencia, la falta de imaginación y, sobre todo, de valor. Es obvio que los gobiernos pueden dañar la calidad y la confianza en la democracia, pero otro asunto, tan obvio como éste, no está suficientemente dicho y escrito: en una democracia las oposiciones pobres y temerosas son tan peligrosas como los gobiernos tentados por la arbitrariedad. El trabajo político requiere ser duro con uno mismo, lo cual quiere decir tener valor no sólo para la autocrítica, sino para arriesgar; duro con el peligro de quedarse solo al proponer lo que uno cree que se debe hacer. La palabra que corresponde a esta actitud esencial en el político es “valor”; el contrario es la cobardía. En fin, una democracia, que depende de tantas cosas, está directamente ligada a la cantidad de valientes y de cobardes que actúan en la vida política de una sociedad. Por si fuera necesario, le aclaro, el valor es una de las formas en que se expresa la prudencia política. En Grecia, el daño causado por quienes mintieron cambiando las cifras de las cuentas nacionales y luego (los mismos) regresaron para imponer la severidad del ajuste no se resuelve sólo con una elección. En esta semana los tres principales partidos fracasaron en la tarea de formar gobierno, lo cual llevará a convocar nuevas elecciones para el mes de junio. Grecia ingresa en una atmósfera de severas turbulencias en la que la estabilidad democrática puede estar en peligro. La incertidumbre cubrirá un período más prolongado de lo que la realidad social y económica de Grecia puede soportar. Los centros (derecha e izquierda) se derrumban, los extremos emergen. La extrema izquierda se convierte en el segundo partido del país y los neonazis entran al Parlamento. Los inventores del drama griego no deberían asombrarse ni negar la paternidad de la criatura que engendraron con la abierta complicidad de los principales líderes europeos.

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