Legado

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martes, 29 de mayo de 2012

Sobre versos y relatos - DANTE CAPUTO

El politólogo estadounidense Francis Fukuyama se hizo célebre cuando, tras la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, publicó en 1992 El fin de la historia y del último hombre. Sostenía que habíamos llegado al estadio final de la evolución en la organización de las sociedades humanas. De allí en más, las democracias liberales y el libre mercado serían los modos inalterables con que la política y la economía se estructurarían. El libro se convirtió rápidamente en un inmenso éxito, no sólo editorial, sino político. Fukuyama ha proclamado (más que demostrado) la perennidad de la victoria de la democracia liberal de libre mercado. A partir de allí, toda discusión sobre la cuestión era inútil y antihistórica. El fin de la historia había llegado luego de que la última forma competitiva –la soviética– se derrumbara. Se instalaban por siempre la democracia electoral –limitada a la función de elegir y ser elegido y a la protección de los derechos individuales–, una presencia estatal mínima y una economía regulada por el libre juego de la oferta y la demanda. La libertad garantizaba la libertad. Las ideas de Fukuyama tuvieron una difusión masiva. En la Argentina, época del presidente Carlos Menem, los voceros del gobierno martillaban en sus programas de radio y televisión cómo la política económica de entonces (destrucción del Estado, privatizaciones y todo lo que conocimos) se acordaba con el destino general de la humanidad que Fukuyama había anunciado. El impacto de ese libro, por cierto, no se limitó a países como el nuestro. Sus ideas se colocaron en el centro del debate político en la mayoría de los países centrales. Adquirieron un carácter axiomático. No se podía objetar a riesgo de la descalificación política e intelectual. Junto al fin de la historia se declaraba el fin de las ideologías. Ya no habría más competencia. Por tanto, la discusión era inútil. Era el tiempo del pensamiento único. Fukuyama anunció lo que sería durante casi un cuarto de siglo el discurso con que las fuerzas conservadoras y los grandes poderes económicos de mundo se moverían. En términos del curioso lenguaje que se utiliza en nuestro país, Fukuyama había inventado el “nuevo relato”. Sin embargo, la misma historia se encargó de negar a Fukuyama. Una sociedad sin Estado no podía garantizar los derechos y las democracias electorales eran insuficientes para asegurar la legitimidad popular. Sobre todo, en un mundo de desiguales y de poderes desbalanceados, la libertad sólo la ejercían pocos. Hace unos días, en la revista Foreign Affairs, siguiendo el mismo procedimiento que hace veinte años –primero una nota, luego un libro–, Fukuyama publicó su nuevo texto: El futuro de la historia. Ahora, plantea que es necesario fortalecer a las clases medias para evitar la desaparición de la democracia liberal de libre mercado, aunque –curiosamente– asegura que las izquierdas ya no tienen capacidad para competir. Considerando lo que había sucedido con aquel libro de 1992, me pareció importante entender sus tesis principales que quizá, como aquel, se puedan convertir en un “nuevo relato”. Eso merecía, entonces, una lectura atenta. Después de todo, podríamos tener una idea de lo que piensan algunos actores relevantes en la construcción de las relaciones mundiales. Para que no haya confusión, lector: no digo que Fukuyama inventa el “relato” de los poderosos. Es más bien al contrario: formaliza el mensaje que se quiere difundir. En otras épocas a esa función se la conoció con el nombre de “intelectual orgánico”. Traída a las arenas del Río de la Plata, tuvo otra denominación, menos elegante pero más descriptiva. Los “verseros” –los relatores de antaño– eran diestros manejadores de palabras que creaban una historia que tenía por finalidad acomodar la realidad a los oídos de las muchedumbres. No hay duda de que ser un “relator” es mucho más elegante, sobrio y presentable que ser un “versero”. Hablar del “nuevo relato” atrae; del “nuevo verso”, espanta. Pero a los efectos del conocimiento de la esencia de las cosas, me parece que “verso” es epistemológicamente la denominación más apropiada. La calidad científica del nuevo artículo de Fukuyama es mediocre. Lejos de desmotivarme, me hizo interesar más en lo que decía. Obviamente, el objetivo no era demostrar nada con seriedad sino pasar un mensaje. El autor afirma, por ejemplo, que existe una importante correlación entre crecimiento económico y régimen democrático. Es sorprendente que ignore los trabajos de Adam Przeworski, conocido politólogo de la Universidad de Nueva York, cuya importante obra demuestra precisamente que esa correlación es inexistente. Es una equivocación mayor para quien pertenece al mundo académico. Hay varios errores de esa magnitud en el texto, acompañados de inversiones lógicas en el razonamiento (el efecto puesto como causa) que llaman la atención. Pero lo que importa en estos casos no es el método sino el producto. ¿Qué quiere vender Fukuyama? El mensaje es una obviedad: la democracia estará en crisis si no salvamos a las clases medias. Entonces, ¿por qué apropiarse de una obviedad? Para señalar a los iguales y libres de la democracia liberal de libre mercado que el terreno no es seguro. Se produce el “relato” para fijar la estrategia: la captura de las clases medias. Si no, otros las seducirán. El riesgo, entonces, sería inmenso. No se sorprenda, lector, si en un futuro próximo oímos que las trompetas anuncian “la democracia de clase media” como el nuevo último estadio de la organización social. Por lo tanto, el señor Fukuyama ahora reabre el debate sobre la historia. Ya no hay un solo camino en la historia. La democracia liberal capitalista puede retroceder y fracasar. La captura de las clases medias es la condición de la resurrección. Lector, me permito una sugerencia: si quiere saber más sobre nuestras sociedades y el mundo, no le recomiendo la lectura del nuevo Fukuyama. En cambio, si desea conocer cómo viene el nuevo verso, hágalo.

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