Legado

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jueves, 21 de agosto de 2014

REBELDE WAY - TOMAS ABRAHAM

Uno de los efectos de los tantos que se padecen en el consultorio odontológico es que el dentista habla y nosotros no, aunque tengamos la boca abierta. Si el especialista es una persona inteligente, nuestra imposibilidad y malestar son menores desde el momento en que el oído recibe información interesante, la que ni siquiera podemos asentir y menos replicar por el riesgo de desviar el instrumental quirúrgico inserto sobre nuestros dientes.
Así es que boquiabierto y mudo, escucho a mi dentista decirme que según ella la cultura kirchnerista ha dejado un sedimento que se perpetuará más allá del próximo cambio de gobierno. Lo corrobora con sus pacientes jóvenes, es decir, los protagonistas del futuro.
En un momento de paréntesis mientras me enjuago la boca, le pregunto con el maxilar algo dormido, a qué se refiere por esa cultura, e intento proseguir con cierta rapidez antes de que me tumbe nuevamente en el respaldo para finiquitar su desagradable labor. Quiero saber si en realidad se trata del espíritu de revancha, las ganas de vengarse, el rencor, el sectarismo, y otros agregados posiblemente exagerados por el dolor de muelas. “Algo de eso hay”, me contestó con calma.
De vuelta en mi casa y en la medida en que el entumecimiento de la lengua y la mandíbula se aflojaban, me di cuenta de que mi comentario sobre las observaciones de mi dentista, era penoso, de viejo no desdentado aún, pero con problemas de periodontitis, que limitaban la sutileza y la necesaria precisión de mi pensamiento.
Parecía un rencoroso que habla del rencor ajeno. Por eso, ya aliviado, sin dolor, me dispuse a reflexionar sobre la irritación que me causaba eso que dice llamarse cultura kirchnerista de la que serían depositarios algunos sectores de la juventud.
Es dable esperar que este ejercicio de pensamiento más allá de su pericia o impericia, produzca desagrado en lectores que ya tienen sus odios hipotecados. “Ser o no ser K”, es sin duda  una de las facetas de la cultura a la que nos referimos, que más allá de su patentamiento es compartido por todos los ciudadanos con espíritu de trinchera.  
Hay tres momentos en los que el kirchnerismo hizo cultura sobre la base de un género retórico de tradición emancipatoria. No se trata de la asignación universal por hijo, ni de los derechos de las minorías, ni de la incorporación de jubilados sin aportes. Me refiero al elogio y admiración de la Presidenta por los barras bravas sostenidos por los para-avalanchas; al apoyo y llamado del presidente Néstor Kirchner a cerrar de un modo inconsulto la frontera litoral con el Uruguay; y la adhesión entusiasta del ministro de Educación a la toma de los colegios por parte de los estudiantes.
¿Qué tienen en común estas tres bajadas de línea del relato kirchnerista? La rebeldía. Es un llamado a ser rebelde, a la resistencia respecto de una vacua postura de corrección pacata, a no dejarse someter por un supuesto orden legal, y a una disciplina formal que reprime los derechos  de la juventud.
Esto es enunciado y legitimado por autoridades políticas que izan la bandera de la justicia popular más allá de normas institucionales, desafiando el orden “gorila” de la clase media, luchando contra los intereses de un orden corporativo multinacional, y frente a sectores retrógados que pretenden controlar la protesta juvenil en nombre del deber del estudiante “olfa”.
¿Cuál ha sido el resultado de esta embestida emancipatoria en contra de los poderes dominantes? Para comenzar, la obligación de recurrir a la Corte Internacional de La Haya que falló en contra de la Argentina. Para seguir, el canto enamoradizo hacia la popular tribunera terminó con  la prohibición de la asistencia de los visitantes a los estadios luego de actos de violencia con muerte cada fin de semana. Y, finalmente, el fervor juvenil acompañado por el ministro no tuvo otro fruto que la evaluación de los organismos internacionales sobre el bajísimo nivel de los estudiantes de la secundaria y la marginación de los jóvenes de las nuevas exigencias laborales que resultan del desarrollo de las fuerzas productivas.
¿Cómo se reaccionó ante estas inclementes respuestas? Redoblando la apuesta con el fortalecimiento del vigor emancipatorio. Para llevarlo a cabo se denunció el orden jurídico internacional al servicio del capitalismo; se puso en escena a los que rompen todo y amenazan a quien se les oponga para que Bebotes y Di Zeos hagan sus conferencias de prensa y entrevistas; y se otorgaron más derechos a los jóvenes como el voto a los dieciséis años para corroborar si las ofrendas recibidas redundaban en los actos eleccionarios a favor del Gobierno.
La seducción de la palabra “joven”. ¿Son éstas las características de la cultura kirchnerista que perdurarán en el tiempo? No puedo saberlo, pero es probable que si el objetivo de esta voluntad de cambio es el de transformar el mundo para una sociedad más igualitaria, más libre, con valores solidarios y un espíritu humanista, vamos por un camino poceado.
Y esta sombría premonición ni siquiera es neutralizada por las palabras del papa Francisco que se suma a la onda rebelde con su mensaje en el que les pide a los jóvenes rebeldía cuyos límites son por todos y todas conocidos.
La dispersión de las energías sociales con la estigmatización de importantes sectores de la sociedad como enemigos internos, debilitan a la comunidad nacional, la fraccionan, la empobrecen. Se hace virtud de una flaqueza, y en la medida en que el deterioro de las condiciones económicas determinen que las mayorías estén más desprotegidas, más débiles y necesitadas, el abuso del poder es más simple, elemental, y la canalización del resentimiento hacia chivos emisarios, o en la búsqueda de culpables por necesidad y urgencia, se convierte en una práctica habitual. El país se declara víctima de fuerzas demoníacas cuya encarnación se hará a dedo de acuerdo a las conveniencias y se profundiza así la fractura interna.
No hace falta invocar a nuestros nuevos socios como la República Popular de China cuyo lema básico para el tratamiento del peligro de la fragmentación es la Unión Nacional regida por la autoridad del partido, y que hace de las disidencias una traición a la patria y de la libre opinión un acto subversivo. No hace falta ir tan lejos, basta ver lo que sucedió apenas terminado el Mundial que concentró la atención de la ciudadanía durante un mes y  vació las calles cada uno de los siete días en que jugó nuestra selección.
Nosotros no necesitamos al partido sino a un par de partidos para sentirnos de una sola pieza. Los medios produjeron un Frankenstein formado por la bondad de Francisco y la entrega de Mascherano, para divertirse a costa nuestra.
Sin embargo, esa Argentina presentada como la de la unión entre argentinos, esa apología del espíritu de equipo extendida a cuarenta millones de “mascheranos”, fue refutada en pocas horas por hechos de violencia callejera, y por las acusaciones cruzadas de funcionarios y políticos.
Ha sido una realidad el hecho de que nadie pudo celebrar en nuestro país un logro que en otros países eliminados en octavos y cuartos de final, festejaron con el pueblo en la calle, en sociedades en las que la violencia existe, así como el narcotráfico, la marginación, la desigualdad y la pobreza. Pero que no están enfermas de retórica falsamente libertaria y una rebeldía suicidaria por la que todo vale si sirve para la causa.
En nada hay que congratularse si lo que aquí se dice es cierto. El futuro de una nación exportadora de materias primas a cambio de tecnología y financiación, no es promisoria para su juventud por más encrespada que se muestre. No se trata de mansedumbre, ni de consenso abstracto y políticamente correcto. Sino de qué régimen político queremos.
El modelo kirchnerista, así como el menemista de la segunda mitad de los noventa del siglo pasado, pretendió reformar la Constitución con la promulgación de poderes excepcionales para permanecer en el poder sin fecha de vencimiento. Los Kirchner no dudaron el rifar lo poco acumulado en los primeros años de su gobierno, para asegurarse cuatro presidencias alternadas con visos de “eternidad”, sólo impedidas por la muerte de Néstor Kirchner, y alguno que otro tropiezo electoral. Pero ésa era la meta, el vamos por todo hoy recordado con sordina. La megalomanía y la declamación sobreactuada sobre nuestra capacidad de vivir con lo nuestro, también tiene que ver con el actual ahogo financiero.
Y poca importancia tiene que se haga un listado de medidas y políticas que hayan beneficiado a sectores de la sociedad si es que los principios de la democracia política se corrompen con testimoniales y las PASO organizadas con designaciones a dedo.
La posición desastrosa de los Estados Unidos respecto de la Argentina y su protección o indiferencia sobre la acción de los fondos buitre no nos tiene que hacer ignorar los rasgos políticos de nuevos aliados; ni olvidar que el despotismo ilustrado o populista, las nuevas oligarquías, como las comandadas por Putin, o las burocracias cuya única razón es la del Estado policía, someten a la gente, gobiernan con el miedo, y no escatiman la amenaza para silenciar la disidencia ni dejan de aplicar el terror cuando es necesario. Sólo para mencionar a dos presidentes que abrazamos estos días.
Todo el siglo XX fue testigo de regímenes que han mejorado la situación económica de los más pobres, aunque fuere por un tiempo, a partir de una nomenklatura carcelaria y un partido único con su ojo vigilante ante actos de rebeldía.
Volvimos a escribir la palabra rebeldía, pero para subrayar que hay formas de rebeldía que no tienen otro destino terminal que la opresión y la servidumbre.
De modo análogo, cuando se sostiene en nombre de los derechos humanos que estos años no hubo muertos porque no se ha criminalizado la protesta y se han permitido los piquetes como una forma de ejercicio de la libertad, se dice una verdad a medias. Los piquetes no son siempre la manifestación de una  supuesta espontaneidad de la víctima que denuncia la opresión de un poder.
La gente desprotegida y desesperada es una realidad, se agregan las internas gremiales y los despidos de personal que sale a la calle, lo hacen vecinos víctimas de zonas liberadas, como lo es también la existencia de las bandas al servicio de capos que tienen piedra libre para todo tipo de desmanes, y la organización de grupos armados que responden a caudillos con poder delegado por otros jefes que se remontan en el organigrama del poder y del dinero.
Burlarse o eludir todas las normas de convivencia, suena para algunos como una forma de audacia cuando no es más que bochinche derrotista, abismal, callejón sin salida, voluntad de demolición.

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