Legado

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martes, 8 de abril de 2014

NADA JUSTIFICA EL LINCHAMIENTO

El hombre es lobo para el hombre, decía Hobbes en el siglo XVIII. Sin Estado, argumentaba el filósofo, el hombre es incapaz de pensar en el bien común y refrenar su egoísmo. Así, el Estado se torna necesario para organizar la vida social, para poner límites al accionar humano e incentivar la colaboración.
La última semana las noticias de linchamientos en Argentina han confirmado un problema que recorre América Latina hace muchos años: la inseguridad ciudadana trae justicia en mano propia. Desde mediados de la década pasada, los linchamientos comunitarios se convirtieron en un hecho casi cotidiano en diversos países centroamericanos cuyos habitantes atemorizados por el creciente fenómeno de las pandillas juveniles recurrían a ejercer justicia ante cualquier señal de posible hecho criminal. En otros países de suramérica el fenómeno se ha ido repitiendo hasta convertirse en un problema social más que evidente.
Nos sentimos huérfanos de Estado. Incapaces de confiar en las mismas instituciones que deberían cuidarnos, atemorizados por la percepción de que la Policía es corrupta y la justicia lenta cuando no directamente ineficiente. Abandonados, sin marco regulatorio y atemorizados se convierte en el cóctel de percepción perfecto para intentar justificar cualquier hecho, incluso de violencia.
Esto parece estar pasando en Argentina, donde décadas de políticas inconclusas para reformar y mejorar el servicio policial han impactado en la percepción ciudadana de temor. No hay que olvidar que en el Gran Buenos Aires, donde habita más de un tercio del país, en 20 años se han tenido más de 20 Ministros de Seguridad. Situación que sin duda genera preocupación cuando no completo descontento de parte de una ciudadanía que se siente abandonada. Lo importante es justamente el sentir, estamos frente a un fenómeno basado en la emoción que sin duda es mal consejero en momentos donde la vulnerabilidad y la sensación de angustia crecen.
Pero los linchamientos no son solo argentinos. Muchos han intentado justificar estos hechos de violencia donde un considerado posible criminal es maltratado, condenado, violentado e incluso asesinado por un grupo de ciudadanos temerosos. La justicia no sirve, la inseguridad es creciente, la Policía es corrupta, los políticos miran al costado son algunas de las declaraciones que intentan interpretar y por ende entender este comportamiento.
Si es así, ¿también se podría justificar entrar a robar a un supermercado? Bajo el argumento que la usura, que el sobreprecio, que la baja consideración de los clientes, que la permanente manipulación de alimentos es pan de cada día, se podría justificar armar un asalto comunitario. Si bien es un ejemplo llevado a la caricatura, sin duda evidencia la complejidad de los linchamientos como fenómeno social. Primero, porque desconoce las bases mismas del Estado en el que vivimos. Es decir, que todos son inocentes hasta que la Justicia demuestre lo contrario. Es cierto, la Justicia deja mucho que desear en nuestros países, pero eso no entrega pase libre para ejercerla. Segundo, porque los linchamientos pueden convertirse en herramientas para terminar con aquellos considerados peligrosos, o incluso distintos. Situación que fundamentaría la limpieza social de grupos vulnerables, desprotegidos o minoritarios. Tercero, porque la violencia no es la forma para resolver conflictos cotidianos. Incluso el hecho de ser víctima no justifica que uno se convierta en un victimario.
Vale recordar la frase completa de Hobbes cuando dice “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”. Es decir, no es un problema solo de Estado sino de reconocimiento de los demás en sus diferencias y necesidades. Combatir la inseguridad requiere de políticas públicas serias, de castigar con el voto a los políticos que así no lo reconocen y de reconocer los mecanismos de autocuidado. El otro camino es claro, si definimos o aceptamos el linchamiento como mecanismo de búsqueda de justicia nos convertiremos en una jauría y dejaremos de ser ciudadanos. ¿Realmente queremos eso?

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