Legado

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miércoles, 15 de enero de 2014

ASIGNATURAS PENDIENTES - Por Jose Miguel Onaindia

Dos noticias publicadas a fines del año 2013, a pocos días del 30° aniversario de la recuperación del orden constitucional en Argentina, me impactaron fuertemente y me hicieron recordar los sueños que tuvimos en aquél tiempo de festejos y esperanzados objetivos. La pobreza que afecta a un elevado número de la población y el consecuente incremento de la población en las villas miserias de la Ciudad de Buenos Aires aparecieron en los órganos de información casi como notas marginales de cortes masivos de energía, saqueos y desbordes sociales.
La democracia es un sistema de organización política que, además de la elección de los gobernantes por el sufragio popular, requiere para su efectivo y pleno goce el respeto de derechos humanos esenciales tanto individuales como polítcos y sociales. Ya Voltaire en los inicios del pensamiento democrático afirmaba que el sistema no podía sustentarse sobre masas hambrientas sino que requería de condiciones mínimas de vida para su desarrollo y consolidación.
Este concepto lo trasmitió muy bien Raúl Alfonsín, quien afirmaba durante su campaña con vehemencia que con la democracia se come, se educa y se sana, mientras repetía como una oración laica el Preámbulo de la Constitución argentina que fija como un fin esencial del Estado la promoción del interés general.
Luego de padecer hiperinflaciones, debacles financieras y rupturas institucionales que impidieron en estos treinta años que cuatro de nueve presidentes terminaran en forma normal el período para el cual habían sido electos, mediciones objetivas nos informan que la pobreza se ha consolidado y que los espacios que no reúnen condiciones mínimas de vida han aumentado entre sus pobladores.
La falta de calidad institucional en el país es directamente proporcional a la caída del nivel de vida de sus habitantes y debilita fuertemente la legitimidad del régimen pues impide que un numeroso grupo de pobladores goce eficientemente de los derechos humanos reconocidos por la Constitución y pactos internacionales sobre la materia y torna a la igualdad de oportunidades, valor fundante de todo el sistema, en una mera expresión de deseos y no un pilar de la organización social.
Ningún hecho genera tan diversas situaciones de discriminación como la pobreza. La imposibilidad o dificultad de acceso a bienes básicos materiales e inmateriales y la reducción de la vida a un cotidiano ejercicio de superviviencia nos retrotrae a formas predemocráticas de organización social, aunque las normas escritas estatuyan lo contrario.
Tan grave como estos hechos encuentro la naturalización que ha realizado la mayoría de los integrantes de la sociedad argentina de esta situación de iniquidad. Una comunidad que conoció tempranamente normas y protecciones del acceso a la educación y a la cultura, que fue de las primeras en sancionar normas de protección para el trabajador en relación de dependencia y que por vía jurisprudencial estableció hace ya casi un siglo el principio de la función social de la propiedad, acepta hoy como parte integrada a su organización social la pobreza y la indigencia extremas.
Esta resignación de la sociedad civil a un sistema que repugna los principios y derechos de la Constitución que organiza al Estado impiden que esta situación adquiera frente a la opinión pública su dramática magnitud y que se exija la solución inmediata de las múltiples causas que la motivan.
La pobreza no es un índice. La pobreza afecta el desarrollo pleno de la vida de millones de individuos que por esa situación no acceden por razones ajenas a su libre decisión a los múltiples bienes y posibilidades de desarrollo de la vida individual que hoy el mundo nos ofrece. En ninguna otra etapa de la historia ha habido una posibilidad de acceso al conocimiento, la cultura y la creación como en la civilización contemporánea, tampoco la posibilidad de revertir contingencias económicas y sociales negativas con celeridad.
La democracia argentina tiene numerosas asignaturas pendientes. Creo que la más urgente es revertir esta iniquidad social que se ha integrado como parte constitutiva de su realidad, pese a que los índices económicos oficialmente informados afirman que ha habido crecimiento económico.
La repetición produce hábito y enturbia los recuerdos. Pero esto no puede suceder con una situación que afecta tantas vidas en un país que tuvo otros sueños y otras realidades. Manuel Puig escribió a una amiga hace ya muchos años, no sé si se me borra la memoria o lo que se borra es el país que conocí. Espero que la sociedad argentina sólo sufra una pasajera alteración de su estado de conciencia y pueda revertir esta situación que altera su presente y los valores que llevaron a su fundación y a la recuperación de sus instituciones.

*Profesor de Derecho Constitucional y Derechos Culturales. Reside en Montevideo.

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