Legado

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lunes, 4 de noviembre de 2013

ASIGNATURAS PENDIENTES DE 30 AÑOS DE DEMOCRACIA

Se han cumplido 30 años de la reapertura democrática y, si bien es mucho lo que el país avanzó desde aquellos lejanos días en que, tras el triunfo electoral de Raúl Alfonsín, hubo que reaprender cómo era la vida en democracia, también son muchas y cada vez más gravosas las deudas que en ese lapso hemos ido arrastrando e incrementando, y que nos impiden conformar con plenitud un régimen auténticamente republicano y democrático. Al contrario, si comparamos el panorama actual con el de mediados de los años 80, surge nítido un franco retroceso que, de continuar, nos conducirá a una democracia meramente formal, limitada a la emisión del voto cada dos años luego de campañas electorales vacías de contenido y carentes de debates ideológicos.

Entre las más urgentes de las asignaturas pendientes podemos mencionar: recuperar el principio de división de poderes; combatir la creciente corrupción; mejorar y garantizar la independencia de la Justicia; enfrentar con genuinas políticas de Estado tanto la inseguridad como el narcotráfico, que se han instalado como una presencia cotidiana y permanente en nuestra sociedad; mejorar la educación pública; combatir la pobreza; modificar la ley de coparticipación para que las provincias no sean rehenes de la caja del gobierno de turno; revertir la crisis de nuestro sistema de partidos políticos, actualmente reducido prácticamente a un peronismo que tampoco es un partido, pero cumple la doble función de oficialismo y oposición, mientras el resto de las agrupaciones opositoras parecen contentarse con su rol de acompañantes sin voluntad de disputar el poder.

Revertir la pérdida de la independencia entre los poderes constituye una tarea insoslayable. En estos treinta años, el Poder Ejecutivo adquirió, con escasas excepciones, un predominio desmesurado y abusivo a costa de los poderes Legislativo y Judicial. Este proceso ha llegado bajo el kirchnerismo al extremo de convertir al Congreso en una figura decorativa, limitada a convalidar los deseos de un Ejecutivo siempre voraz y que también ha hecho -y hace- lo imposible por dominar al Poder Judicial.

Sin el contrapeso de los otros dos poderes y contando, en cambio, con la escandalosa pasividad de muchos jueces y fiscales federales, el hiperpresidencialismo ha contribuido cada vez con mayor intensidad al crecimiento y la generalización de la corrupción, fenómeno que también caracteriza, básicamente, a los gobiernos peronistas, al extremo de que el ex presidente Carlos Menem se encuentra condenado por el contrabando de armas del Ejército a Croacia y Ecuador. Por su parte, Cristina Kirchner y su esposo fueron sobreseídos de forma irregular en una causa por enriquecimiento ilícito, mientras que el vicepresidente Amado Boudou y una parte del gabinete se encuentran investigados por diferentes hechos de presunta corrupción.

La lucha contra ese mal no puede demorar porque la corrupción posee un fuerte poder de contagio, potenciado por la lamentable actitud de una Justicia pasiva ante los sospechosos que integran el Gobierno y con sus amigos o socios. La pasividad judicial se torna pura y llana complicidad, fácilmente advertible en los expedientes que se estiran a lo largo de 10 y 15 años y que muchas veces, debido al paso del tiempo, terminan por prescribir sin haber llegado al juicio oral.

A partir de la funesta combinación de corrupción y complicidad judicial es fácil comprender por qué se instalaron con la fuerza del hecho consumado la delincuencia violenta y el narcotráfico. Ambos crecieron en los últimos veinte años, proceso que se aceleró en la última década ante la falta de voluntad de las autoridades para combatirlos, mientras se registraban cada vez más casos de efectivos policiales asociados con delincuentes comunes y narcotraficantes. Si no se reacciona a tiempo, delincuentes, corruptos y narcotraficantes terminarán de colonizar los tres poderes.

Combatir seriamente la pobreza contribuirá a quitarles mercado y mano de obra a las bandas de narcos, pero ese combate, como los demás, debe ser genuino y ubicarse en las antípodas de lo realizado por el actual gobierno con su perverso mecanismo de planes sociales, que, lejos de atenuar la pobreza, la administra clientelísticamente y conserva mientras se procura mantener a los beneficiarios de los planes como votantes cautivos.

Sin una nueva ley de coparticipación de los impuestos, el federalismo seguirá siendo una figura retórica y las provincias se verán privadas de recursos si no acatan la voluntad del poder central.

En este contexto, una oposición política resignada ante el peronismo poco ha contribuido a saldar las deudas con la democracia, y cuando pudo, no supo hacerlo. Es preciso volver al debate de ideas y de proyectos de país, por encima de los meros proyectos de poder. Las demás fuerzas no deben contagiarse del vaciamiento ideológico que caracteriza al peronismo, por más que el kirchnerismo haya pretendido instaurar un discurso único alejado de la realidad.

La tarea por realizar puede parecer excesiva, pero de ella dependerá la supervivencia de una democracia real en un país que, lamentablemente, sigue siendo imprevisible y poco confiable para el mundo..

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