Legado

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miércoles, 25 de septiembre de 2013

CRUJE EL MUNDO K - JORGE LEUCO

¡Ni yanquis ni marxistas/ pe-ro-nistas! Ese era el grito de guerra de los 70 cuando la derecha ortodoxa del Partido Justicialista y la burocracia sindical defendían sus espacios frente a lo que consideraban un avance de “los zurdos infiltrados”. Estos “estúpidos imberbes”, según los estigmatizó su propio líder, pertenecían en su mayoría a la Juventud Peronista y respondían con otro canto de identidad sectaria: “Vamos a hacer la patria peronista/ Vamos a hacerla/ montonera y socialista”. Esa fractura expuesta se verificó en todos los terrenos. El Estado parió la “Jotaperra”, como se le decía peyorativamente a la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA) donde se mezclaron militantes que no querían la lucha de clases ni la lucha armada con pistoleros fascistas que se acomodaron alrededor de la figura nefasta de José López Rega. El gran drama para el resto de los argentinos es que ambos bandos estaban armados hasta los dientes. Y que todos los días aparecía un cadáver de cada lado. Los unía el grito de venganza en los velorios junto a la promesa de dar la vida por Perón: “Cinco por uno no va a quedar ninguno”. El querido Gordo Soriano lo cuenta con talento en No habrá mas penas ni olvido.

El nivel de representatividad de cada sector era asimétrico. Las nuevas generaciones ingresaron mayoritariamente a la política por la puerta de Montoneros, pero la CGT y el PJ siguieron en manos de los dirigentes más antiguos. Este quiebre ideológico y generacional, recordado con brochazo grueso, produjo varias tragedias, desde la masacre de Ezeiza hasta los ríos de sangre derramada que sirvieron a los terroristas de Estado como excusa para dar el golpe de Estado.

No es mi intención comparar aquella situación con estos tiempos. Hay un abismo de diferencia, sobre todo porque ahora nadie fomenta el crimen como instrumento de transformación política. Pero sí quiero encender una luz de alerta para que nadie sienta la tentación de incubar el huevo de la serpiente. Porque mientras los triunfos de Cristina estaban garantizados no había demasiados problemas en la convivencia de sectores antagónicos que se aferraban a las polleras de la Presidenta. Pensamientos y trayectorias que están en las antípodas, como los de Martín Sabbatella o Alberto Descalzo, estaban (y aún están) en el mismo barco cristinista aunque algunos tenían la revolución en el pecho y otros los subsidios en el bolsillo. Pero la derrota electoral de agosto y la posibilidad de que se amplíe en octubre produjo desesperación. Sobre todo en los que sólo conocían el sabor de los triunfos y que por eso creían tener la vaca atada para siempre.

Por eso se verificaron varios chisporroteos que dejaron de un lado a los muchachos pejotistas ortodoxos y al ala neofrepasista del cristinismo del otro. Horacio Verbitsky, Eugenio Zaffaroni, Ricardo Forster y el propio Sabbatella, por primera vez en forma tan explícita en los últimos tiempos, quedaron enfrentados a Alejandro Granados, Hugo Curto, Alberto Descalzo, Sergio Berni o Ricardo Echegaray.

Lo más inquietante es que Cristina bendijo la designación de Granados y ayer bancó con su presencia en Ezeiza sus actitudes reaccionarias. En forma simultánea confesó que había votado a Perón desde la izquierda con la boleta de Abelardo Ramos. ¿Alcanza para equilibrar? ¿Tiene ella, en su peor momento electoral, la capacidad de conducir a sectores que recién ahora se dan cuenta de que representan cultural y políticamente cosas tan distintas?

Nadie denunció tanto a Granados como Verbitsky. Es insólito que todavía no haya actuado de oficio un fiscal. Porque la acusación fue gravísima: que en Ezeiza, territorio gobernado por el flamante jefe de Seguridad bonaerense, la policía armó escuadrones de la muerte para asesinar pibes chorros con el financiamiento de los comerciantes de la zona. Pocas cosas tan graves se dijeron en democracia. ¿A Berni no le interesa investigar el tema? ¿Cristina cree que es una exageración de Verbitsky, que ya marcó diferencias a propósito de la designación del papa Francisco y la del general César Milani? Pero éstos no fueron los únicos datos de la desconfianza que se abrió entre dos de las facciones que componen el cristinismo. Unidos y Organizados tiene una crisis interna complicada donde nadie banca a La Cámpora. En Carta Abierta salió el mismísimo Forster con varios cuestionamientos desde los estudios de TN. Dijo que por pudor Echegaray no debería haberle regalado un Audi a su hija y aseguró que no se sentía representado por la baja en la edad de imputabilidad, las estadísticas de Berni, “que no sé de dónde las sacó”, ni con el nombramiento de Granados.

Otra perlita para este novedoso collar la protagonizó el intendente de Ituzaingó, Descalzo, que apeló a un macartismo apolillado para acusar a Sabbatella de ser del Partido Comunista. ¿Cuánto falta para que diga lo mismo de Carlos Heller, Daniel Filmus y siguen las firmas? ¿Qué pensará Descalzo de la propia Cristina que puso la boleta del Frente de Izquierda Popular? ¿Se viene o se va el zurdaje?, diría Mirtha Legrand. ¿Se atreverán a cuestionar desde el PJ a Kunkel, Verbitsky, Nilda Garré y Jorge Taiana porque fueron integrantes de Montoneros? El proyecto X, la Ley Antiterrorista, el cruce con el presidente ecuatoriano Rafael Correa por defender a una multinacional contaminante como Chevron y hasta el allanamiento violento de la Gendarmería a la redacción de la revista La Garganta Poderosa, son señales que suman inquietud al ala antipejotista del cristinismo.

Los manotazos de ahogado se multiplican en el poder. Hay sapos que el presunto progresismo ya no parece dispuesto a tragarse. Veremos. Algunos creen que ante la inminente derrota electoral, muchos preparan sus valijas para emigrar.

Crujen ciertos niveles de acuerdo. La posibilidad de perder dentro de dos años el manejo de la caja y el Estado pone nerviosa a mucha gente. No sirve apelar al maniqueísmo simplista de la derecha contra la izquierda. Hay infinidad de matices para el análisis. Pero suele ayudar iluminar los problemas cuando recién comienzan, antes de que se fortalezcan. Y antes de que sea demasiado tarde para lágrimas.

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