Legado

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miércoles, 24 de julio de 2013

BARRAS BRAVAS - LA CULPA SIEMPRE LA TIENE OTRO

Una vez más la acción violenta de las barras bravas de nuestro fútbol derivó en una tragedia. Y una vez más, el gobierno nacional, con la presidenta de la Nación a la cabeza, intentó desentenderse de este drama con expresiones que rozan lo grotesco.

El feroz enfrentamiento entre facciones de la barra brava de Boca el domingo pasado, con un saldo provisional de dos muertos y decenas de heridos, algunos graves, dejó expuesta con crudeza estremecedora y preocupante la incapacidad del Estado nacional para cumplir con su responsabilidad ineludible de garantizar la seguridad y la paz interior.

La indolencia del Gobierno quedó expuesta con las declaraciones formuladas anteanoche, durante un acto de campaña, por la propia Presidenta, quien para estar a tono con su permanente negación de los problemas como forma de no hacerse cargo, casi jocosamente, sacó tarjeta roja a los dirigentes de los clubes. Y, una vez más, pareció echar la culpa de lo sucedido al periodismo, al consignar una nota publicada en Clarín en la que se advirtió acerca de los incidentes entre barrabravas de Boca, que, finalmente, se produjeron. "Me llama poderosamente la atención que algún medio haya dicho lo que iba a pasar. ¿Qué era lo que sabía? Y si sabía, ¿por qué no lo avisó a los que tenían que impedir que esto sucediera? Ésa es mi gran pregunta...", enfatizó la primera mandataria. La tan insólita como absurda imputación al periodismo habla por sí sola de una jefa del Estado incapaz de asumir los garrafales errores de su gobierno en la prevención del delito.

Es cierto que la dirigencia de los clubes no ignora con quiénes convive y qué actividades desarrollan, ni puede mirar para otro lado, pero no por ello el Estado puede desentenderse de un problema que crece y se cobra vidas, muchas veces inocentes. La batalla -de otra forma no puede calificarse a un enfrentamiento en el que hubo más de cien disparos- que ocurrió en inmediaciones del estadio de San Lorenzo había sido largamente anunciada como para que no se adoptaran las medidas de prevención necesarias.

Desde los cánticos de las facciones en pugna hasta la citada nota periodística del mismo día del partido, pasando por alertas de vecinos que horas antes del hecho vieron a los mafiosos portando armas, lanzas y garrotes, todo hacía prever lo que podía ocurrir. No obstante, la Secretaría de Seguridad, a cargo de Sergio Berni, se quedó de brazos cruzados pensando que si algo pasaba, sería dentro del estadio y, al fin, terminó una vez más corriendo detrás de los acontecimientos. Para entonces, los muertos ya estaban camino a la morgue.

En su primera aparición pública horas después de los hechos, Berni no tuvo la menor pizca de vergüenza en afirmar que el operativo de control "estaba planificado para adentro de la cancha" y que "los violentos no entraron" en ella, con lo cual intentó, lisa y llanamente, lavarse las manos y cargar toda la responsabilidad en los dirigentes del fútbol, los de Boca en este caso. Al insistir en que lo que pasó era inevitable desde el momento en que los dirigentes de los clubes permiten que semejantes cosas ocurran, Berni dejó en claro que no tiene soluciones a mano.

No importa a estas alturas que estos dirigentes hayan sido los responsables primarios del crecimiento de las mafias del fútbol; que el kirchnerismo las utilizara en beneficio propio con la creación de Hinchadas Unidas Argentinas ni que hace apenas un año la Presidenta se mostrara encantada por los "maravillosos tipos parados en los paravalanchas con las banderas que los cruzan, arengando...". Lo que importa ahora es que el Gobierno reconozca que es suya la responsabilidad de que bandas fuertemente armadas circulen y actúen libremente, y ostenten un poder que no tienen o no pueden usar las fuerzas de seguridad legalmente constituidas. La estrategia del Gobierno de echar culpas a otros y de no intervenir para no desnudar su incapacidad tiene un costo altísimo en las vidas que se pierden y en la indefensión cada vez mayor en que queda la sociedad

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