Legado

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miércoles, 19 de junio de 2013

LOS INDIGNADOS DEL MUNDO

La indignación es un ejercicio agotador. De España a Grecia, de Túnez a Egipto, de Moscú a Wall Street..., los movimientos espontáneos de protesta que sorprendieron al mundo en los últimos años experimentan el desgaste de la militancia sin liderazgos y la angustia de ver cómo sus triunfos terminan tan a menudo en nuevas frustraciones.

El fuego de Turquía y ahora de Brasil volvió a encender sus esperanzas, reflejadas en una inundación de mensajes en las redes sociales y manifestaciones de solidaridad aquí y allá. Pero el sueño de la revolución ciudadana sin violencia que los unió corre riesgo de convertirse en sólo un eslogan gastado.

El peso del tiempo se nota entre los jóvenes españoles del 15-M, la asamblea que sirvió como modelo global de las revueltas antisistema cuando tomó durante casi un mes la Puerta del Sol, en el corazón de Madrid. Atomizados en más de 60 agrupaciones, sus protestas hoy son infinitas pero poco visibles y les cuesta demasiado recobrar el espíritu de rebeldía.

Los problemas siguen ahí: el desempleo juvenil -principal mecha de aquel estallido- creció del 45 al 57% desde 2011, y los dos partidos tradicionales siguen monopolizando la política. Las medidas de ajuste no cesan y los casos de corrupción siguen siendo un rasgo dominante de la agenda pública.

La plataforma Democracia Real Ya (DRY), principal impulsora del 15-M, acaba de partirse porque una de sus facciones decidió involucrarse en la política activa. El divorcio fue traumático: unos se quedaron con la página de Facebook; los otros, con la cuenta de Twitter. Algunos de los indignados originales ya se sumaron a la política parlamentaria, como Alberto Garzón, un tweetstar que entró en el Congreso por Izquierda Unida.

Hay analistas que imaginan como posible candidata en el futuro a la referente de las protestas antidesalojos Ada Colau. Pero, en general, pasado el terremoto inicial, el sistema político español cree muy contenida la amenaza de los indignados.

El dilema de las divisiones cruza también a otros grupos europeos que se formaron a semejanza del 15-M: la Generación en Apuros, en Portugal (dueños en sus días dorados de la plaza Rossio) y los griegos que dominaron la plaza Sintagma. Los dos países sufren un creciente ahogo económico, atrapados en el laberinto de la austeridad europea, pero las protestas y la resistencia reposan hoy sobre los hombros de agrupaciones gremiales tradicionales.

En Nueva York, al grupo Occupy Wall Street le cuesta rearmarse después de las manifestaciones que tuvieron en vilo al mundo financiero a fines de 2011. Continúan con su ciberactivismo "pacífico y sin líderes", aunque con una convocatoria menguante en cada nueva actividad. La semana pasada volvieron a reunirse en el parque Zuccotti para reivindicar su lucha contra el capitalismo y su apoyo por los turcos que resisten en la plaza Taksim. Había más policías vigilando que manifestantes.

La frustración también invade a los protagonistas de la "primavera árabe" en los países donde las protestas espontáneas potenciadas por las redes sociales provocaron cambios políticos dramáticos.

Túnez fue el lugar donde empezó todo, en febrero de 2011. La ilusión que provocó la caída de la dictadura de Zine El Abidine Ben Alí se diluyó hace tiempo. La crisis económica alarmante y un renovado autoritarismo represivo, sumados al avance del islamismo radical, reavivaron el clima de indignación.

En Egipto las revueltas de la plaza Tahrir terminaron con el régimen de Hosni Mubarak. Dos años después, el gobierno de Mohammed Morsi vive en la inestabilidad y los ideales democráticos se diluyen. Se ha recostado en sectores fundamentalistas y enfrenta graves problemas de desabastecimiento e inseguridad. Tamarrod, una agrupación que reflota el espíritu de Tahrir, junta firmas para pedir la destitución del líder y amenaza con una manifestación masiva para fin de mes.

Será todo un desafío a la paradoja que une a El Cairo con las capitales del sur de Europa: allí y acá la indignación crece, pero a los indignados les cuesta cada vez más mantenerla a la vista

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