Legado

Legado

lunes, 25 de marzo de 2013

EL PAPISMO K, LA POBREZA Y OTRAS PRUEBAS

De iconoclastas a papistas, no son pocos los casos que registra la historia sobre reacomodamientos por conveniencia en el juego del poder. La experiencia cristinista seguramente se anota, de todos modos, entre las reconversiones más rápidas, en apenas un puñado de días. Se ha dicho que el pragmatismo descarnado, el tacticismo sin rubores, no es precisamente un síntoma de salud ideológica, sino lo contrario. Pero en este caso, además, el vuelco esconde un desafío central que no se agota en las formas ni en un discurso a tono con las señales del nuevo pontificado: el mensaje de Francisco gira en torno de cuestiones éticas, entre ellas, y en primer plano, el combate a la pobreza. Es una materia que sigue demandando atención política prioritaria luego de casi una década de gestión kirchnerista y de crecimiento económico a “tasas chinas”.

La designación de Bergoglio causó un enorme impacto emocional y político. Cristina Fernández de Kirchner se dejó llevar primero por sus viejos rencores –y en esa línea siguieron de largo varios exponentes del verticalismo, que en su mayoría frenaron y dieron el giro reclamado– y luego por un sentido de conveniencia. No hacían falta encuestas, que se hicieron, para saber cuál era el sentimiento masivo de la sociedad. En ningún caso, sin embargo, se optó por transitar el terreno razonable, de equilibrio respetuoso para aplaudir o tomar distancia, como demandaría el lugar presidencial en una sociedad plural en materia política, religiosa y cultural.

Son tres o cuatro las pruebas centrales que enfrentará el cristinismo para mantenerse a tono con el mensaje que llega ahora desde el Vaticano: además del reclamo prioritario sobre la pobreza, la crítica dura a la soberbia, la corrupción y las deformaciones del poder. El discurso intenta adaptarse, en las formas, aunque no es sencillo: ayer, en su acto de recuerdo y condena al golpe del 76, el cristinismo volvió a la carga sobre la Justicia, con proyecciones que remiten al plan reeleccionista.

La cuestión de la pobreza trasciende por mucho al discurso y también a los gestos de corto plazo. Se trata del desafío político más grave para el oficialismo, y para la oposición, porque a pesar de las cifras de crecimiento significativo de la economía, se ha consolidado como un problema estructural.

Los dirigentes hiperalineados del cristinismo reaccionan con enojo ante señalamientos de este tipo. Son acríticos. En cambio, integrantes de movimientos sociales vinculados al Gobierno admiten el déficit y, sin hacerlo público, señalan los límites de las políticas sociales, que además maneja en forma cerrada la ministro Alicia Kirchner, con la mirada puesta desde hace tiempo y de manera casi exclusiva en su candidatura como cabeza de lista de diputados por la provincia de Buenos Aires.

La pobreza afecta a alrededor del 20 por ciento de la población, o tal vez más, salvo que se confíe en las increíbles estadísticas del INDEC, denunciadas por sus dibujos y lentas en divulgación.

Los últimos números oficiales, de hace más de un año, colocaban el registro de pobreza en el 6,5 por ciento, con casi dos puntos de indigencia. En cambio, según la Encuesta de la Deuda Social Argentina, de la UCA, la cifra llega en el mismo período al 21,9 por ciento, con 5,4 de indigencia.

Algo similar o poco menos registran otros estudios, incluída alguna consultora cercana al Gobierno. Habrá que ver si con los vientos que soplan, los trabajos de la Universidad Católica Argentina dejan de ser descalificados desde el poder.

Las cifras no se agotan allí, entre otras razones porque los estudios pueden aportar señales concretas sobre el efecto multiplicador de carencias en un cuadro de evidente y sostenido deterioro en amplias franjas sociales. Vale un dato: el referido trabajo de la UCA señala que el mayor riesgo a sufrir pobreza por ingresos se concentra en los hogares con niños (30,9 por ciento).

Pero existe otra cuestión de fondo que indica un grave déficit, por partida doble. Por un lado, la falta de estadísticas oficiales confiables genera interrogantes sobre la real dimensión de la pobreza y de otros probelmas. Y en segundo lugar, el deterioro de las estadísticas del INDEC pone en negro sobre blanco que las cifras pueden servir para engrosar el discurso oficial, pero difícilmente aporten los datos centrales para definir políticas en este rubro sensible.

En medio de los primeros reacomodamientos del cristinismo frente a la designación de Bergoglio como nuevo Papa, desde el oficialismo se buscó mostrar reacción rápida en este terreno. Oscar Parrilli, secretario General de la Presidencia, dijo que el Gobierno apuesta a un plan de “hambre y desocupación cero”. El funcionario, de llegada directa a la Presidenta aunque de peso menor en el círculo de Olivos, no dio precisiones sobre esas políticas, aunque se supone, por el tema y por su nivel de verticalismo, que habló con conocimiento de Cristina Fernández de Kirchner.

No sólo dijo eso Parrilli. Destacó que el plan será posible en la medida que “se garantice en el tiempo” la continuidad del proyecto presidencial. Esa es la fórmula elegida como eufemismo por destacados cristinistas para sostener la idea de la re-reelección. Julio de Vido ha dicho cosas similares, aunque en sus reuniones con intendentes bonaerenses suele ser más directo: los proyectos de obras públicas quedan atados de hecho al respaldo de sus interlocutores al plan reeleccionista.

Cualquiera podría creer que se trata de expresiones de soberbia de poder. Quizás, como dijo Francisco, les falta alguna lectura para “pescar” el mensaje papal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario