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jueves, 1 de noviembre de 2012

La oposición, en una cuesta muy empinada - ALDO NERI

La sociedad argentina ha ido consolidando una estructura con rasgos cristalizados y no coyunturales que la muestran dramáticamente partida en dos. Por lo tanto, es cada vez más difícil proponer ideas que mejoren la calidad de vida de todos sin provocar el rechazo o la desconfianza de muchos.
Por razones diferentes, tanto el oficialismo como la oposición tienen dificultades para consolidar sus posiciones.

El Gobierno muestra el agotamiento de los beneficios que a un país en crisis le trajo el viraje de la economía mundial, y al mismo tiempo enfrenta un canibalismo político interno por los dilemas de la sucesión y la contradicción de proyectos políticos en su seno.

La oposición critica la prepotencia oficial y el atropello a valores de la democracia, pero muestra dificultad para proponer un proyecto de futuro convincente . Para peor, constituye un conglomerado heterogéneo, pero sometido a la presión de parte de la ciudadanía que le reclama unirse para enfrentar al Gobierno, aunque sin preguntarse: “Coinciden en mucho de lo que está mal, pero ¿también en lo que habría que hacer?” ¡Menudo dilema!

Y es apenas un triste consuelo ver que los viejos “ismos” políticos mundiales balbucean hoy tanto como antes pontificaban, mirados con desconfianza por una población desideologizada.

Lo que campea es el pragmatismo, de feligreses y predicadores.

Quizás para el oficialismo sea más sencillo salir del brete: metido en su mundo de grandes palabras con las que engaña y se autoengaña, ducho en esquivar el espejo que le mostraría su realidad de conservadorismo popular latinoamericano; si la economía exterior acompaña podría continuar su aporte a un futuro mediocre y conflictivo de los argentinos.

La cuesta opositora es más empinada. La sociedad argentina, a lo largo de crisis y recuperaciones, consolidó una estructura social con atributos ya cristalizados y no coyunturales: pobreza de alrededor de un tercio de la población -que sumada a la que apenas sobresale de esa línea apunta a la mitad-, precarización de casi el cuarenta por ciento de la fuerza de trabajo y desigualdad tenaz expresada en la brecha de ingreso entre los más o menos pudientes y los pobres.

Una sociedad partida en dos , con dificultades para recibir una política que conforme igualmente a las dos mitades.

Lo aparentemente paradójico es que la mitad rezagada está más reconocida al Gobierno por la mejoría vivida que la otra mitad, que cosechó mayores frutos del crecimiento de la economía, cosa que es evidente en encuestas de opinión y en el voto.

La explicación es sencilla: los pobres están inermes frente a las crisis y las sufren mucho con carencias esenciales, así como es más profundo el alivio de una mínima holgura que, además, aviva un poco la llamita de la esperanza . Quienes no ven afectados los componentes básicos de la vida j erarquizan otros asuntos, lujo de ciudadanía permitido sólo a los plenamente incluidos.

¡Vaya desafío el que tienen los sectores políticos de oposición que se piensan “progresistas”!, sobre todo intuyendo ellos que una política redistributiva que levante a los postergados más allá del nivel de subsistencia puede incomodar bastante a los que están mejor, que son precisamente los más opositores al Gobierno.

Resultado: que así como hay poca audiencia entre los pobres para los mensajes reformistas sin ayudas concretas, hay una tendencia a la conservadorización del mensaje opositor para adecuarlo al público más receptivo.

Pretendemos disimular el equívoco: el Gobierno declamando la revolución social y en realidad sólo remendando el abrigo de los pobres, pero más escuchado por ellos; y la oposición progresista con un ambiguo mensaje de cambio social frente a públicos con intereses en parte contrapuestos, pero en definitiva encontrando coincidencia opositora con los que están mejor.

Ganar por el fracaso del Gobierno, inducido por sus vicios o porque se desbarranque la economía, es algo que no pueden aceptar ni los pocos que seguramente lo desean.

Pero así como el proyecto revolucionario fracasó aquí (y en el mundo) a partir de los ’70, ahora el proyecto reformista está vacante dentro de la democracia republicana.

Es hoy evidente que el Gobierno ni puede ni quiere encarar la tensión distributiva estructural planteada entre las dos mitades de la sociedad argentina; le toca jugar a la oposición.

Ideas hacen falta para un proyecto que construya ciudadanía integral en la pobreza , y no sólo mejoría agradecida, y sea aceptado por el resto, logrando superar la paradoja de que los más beneficiados son los más disconformes. Y la carencia de liderazgo será cubierta cuando haya ideas. Sin proyecto no hay liderazgo, pero siempre aparece cuando se va dibujando el primero.

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