Legado

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jueves, 6 de septiembre de 2012

La oposición aprende de sus errores - LUIS GREGORICH

lguna vez le preguntaron a Jorge Luis Borges por qué atendía a todo el mundo, incluido al más desconocido periodista de provincias, y por qué contestaba todas las preguntas que le hacían, aunque fueran insignificantes. Borges contestó: "Por cortesía".

La lección es doble para nuestra vida política, en la que pocos se atreven a imitar esta conducta, en ejercicio de la cortesía republicana. En primer lugar, deberían escuchar el mensaje los gobernantes que jamás permiten auténticas conferencias de prensa (en las que todos puedan preguntar, como a Borges) ni conceden entrevistas a periodistas opositores o simplemente independientes. Detrás de la persistente negativa asoma, además de la vulneración del derecho a informarse, algo más serio y profundo: el desprecio por el otro. Se define el diálogo con el adversario como inconsistente e innecesario; se antepone el miedo de la diversidad a los beneficios de la interlocución.

La ejemplaridad borgeana pudo servir, en segundo término, como señal de alarma para los dirigentes de la oposición, que hasta hace muy poco no habían encontrado los espacios para dialogar entre sí. La desconfianza mutua, el prejuicio ideológico y los celos personalistas bloquearon cualquier clase de confluencias. Sólo en los últimos días estos dirigentes parecen estar recuperando lentamente su capacidad de cortesía o, mejor dicho, su instinto de supervivencia. Lo que ha despertado a los soñolientos opositores ha sido, como se esperaba, el cada vez más proclamado objetivo de la re-reelección.

Llegados a este punto, quizá resulte útil trazar un mapa del escenario político, desde la perspectiva de un ciudadano que se declara opositor moderado, que reconoce los logros del gobierno actual, pero que critica sus errores y mistificaciones. Cuatro coordenadas podrían ayudar a delinear ese mapa.

1) La reforma constitucional y la sucesión de Cristina. De 1983 a la fecha, el peronismo ha gobernado el país durante cerca de 21 años. Antes lo había hecho de 1946 a 1955 y de 1973 a 1976, lo que hace un total de 33 años, es decir, exactamente la mitad de este período histórico. Es, obviamente, el partido hegemónico de la Argentina de la segunda posguerra. Como corriente política de signo populista, ha eludido los tradicionales rótulos ideológicos, oscilando de derecha a izquierda según lo indicaran las circunstancias. Salvo en breves etapas de transición, representó mayoritariamente a las clases trabajadoras, acompañado por un sindicalismo de su mismo signo.

El peronismo, además de su carácter movimientista, siempre construyó frentes o alianzas electorales. Da lo mismo hablar de 1973, 1983, 1989 o 1999: en todos los casos fue el peronismo el mandante y titular de las coaliciones. Ahora hay una (no tan) sutil diferencia: en la disputa refundadora por el nombre, el kirchnerismo ha desplazado al peronismo, una nueva familia (literalmente hablando) reemplaza silenciosamente a la familia ancestral, y se instala una pregunta obligatoria: ¿el peronismo contiene al kirchnerismo o el kirchnerismo contiene al peronismo? Una de las respuestas la da la rebelión de Moyano. La otra, inexorablemente, la necesidad de la reforma constitucional para que la actual presidenta vuelva a presentarse en 2015 como única garante del proyecto y la coalición kirchneristas. No hay, por el momento, otro heredero posible, y menos desde dentro de la familia. Acecha, como una confusa pesadilla, la candidatura de Scioli.

2) Las elecciones legislativas de 2013 . Aceptada esta premisa, las elecciones de 2013 pasan a tener una importancia central. Es sabido que la reforma, para ser convocada, requiere los dos tercios de ambas cámaras del Congreso, y que el oficialismo está lejos, hoy, de alcanzar ese número. Se ha insinuado la posibilidad de alguna artimaña institucional: por ejemplo, reunir sorpresivamente la Asamblea Legislativa y sancionar la necesidad de la reforma con los dos tercios de los presentes. La idea parece tan burda que no merece ser analizada. Distinta dimensión, más racional pero igualmente discutible, adquiere la propuesta del voto para los jóvenes de entre 16 y 18.

Las adhesiones a la posible reforma se irán sumando a medida que se acerque el acto electoral, que incluso podría ser anticipado en algunos meses. La situación se presenta con cierto optimismo para el Gobierno en la Cámara de Diputados, donde el oficialista Frente para la Victoria espera mejorar su performance (su derrota) de 2009, escaños que ahora se renuevan. Una estimación algo entusiasta para las elecciones de medio término, en las que el voto popular tiende a dispersarse, indica que el Gobierno podría recibir entre el 40 y el 45 % de los sufragios para diputados. Con ello el oficialismo quedaría cerca de los deseados dos tercios. Mucho más oscuro se presenta el panorama en el Senado, donde la mayoría de las bancas por renovarse pertenecen hoy a los kirchneristas que fueron elegidos en los victoriosos comicios de 2007. Aquí sólo un milagro podría conquistar la meta buscada.

Ya se sabe lo que pasará si las cifras se acercan al improbable número mágico: se incrementarán las presiones a los gobiernos provinciales poco seguros para que aleccionen a sus representantes, o bien se usarán métodos más tradicionales para asegurarse el voto de los legisladores. La oposición estará obligada a presentar los mejores candidatos en cada uno de los distritos. Para conseguirlo, deberá plantearse, sin timidez, el objetivo de las alianzas.

3) La oposición y las alianzas políticas. El peronismo, como se ha visto, nunca les ha hecho ascos a coaliciones con partidos o individuos de otras extracciones. El propio kirchnerismo, o posperonismo, ha reunido en sus filas a ex guerrilleros y a ex militantes de la Ucedé, a ex menemistas acérrimos y a ex comunistas del movimiento cooperativo. Y no hay nada de reprochable en que lo haga, en la medida en que invoque nuevas convicciones compartidas y la lucha honesta por el bien común.

La oposición, fragmentada y dogmática, no nos había dado, hasta ahora, mayores esperanzas de una alternativa unitaria. Los cinco grupos principales -la UCR, el FAP, Pro, la Coalición Cívica y el peronismo disidente- conversaban entre dientes y siempre encontraban argumentos para distanciarse. Que el límite era Macri; que había que respetar el legado de Yrigoyen y Lebensohn; que había que ser intransigentes con la derecha; que todos los peronistas terminarían reuniéndose.

Por fin, ante el riesgo común, los opositores parecen haber empezado a comprender que las alianzas no son intrínsecamente perversas, sino que pueden mejorar las opciones de la democracia y equilibrar la lucha por el poder. Los bochornosos 35 ó 40 puntos de diferencia entre la primera y el segundo en la última elección presidencial no deberían repetirse.

4) El paraguas programático. Por supuesto que es imprescindible que una alianza opositora se vea sostenida por un programa de acción mínimo pero de obligado cumplimiento. El piso de la plataforma común no puede ser otro que el terminante rechazo de la reforma constitucional, plantéese como se plantee, porque su único objetivo es una nueva reelección y la perpetuación en el poder, cuando no han pasado todavía dos décadas de la última Constituyente y ni siquiera se han puesto en práctica varias de sus disposiciones. Es un verdadero insulto a la inteligencia de los argentinos el último documento de Carta Abierta, que con miles de palabras y torrentes de ideología encubre el imperativo reeleccionista. Menos sospechoso, por ejemplo, hubiera sido pedir la nueva reforma para 2015, en coordinación con las elecciones presidenciales.

Junto a este "no" colectivo de la oposición, debería formularse un programa claro y escueto, moderadamente socialdemocrático según nuestro punto de vista. Podría ser, esta vez, un "sí" también colectivo por la lucha inflexible contra la inseguridad y la corrupción, por la defensa de una mejor distribución de la riqueza y de una política fiscal progresiva, por una prioridad absoluta en la mejora de la educación pública, por un Estado que sepa controlar, regular, y tener estadísticas confiables, y por una reinserción de la Argentina en el mundo global que resulte digna de sus riquezas naturales y de su capital humano. Todo es materia opinable.

Hay que insistir en que nadie es tutor de la democracia y en que el destino político de una amplia alianza opositora puede ser auspicioso sólo como alternativa superadora del oficialismo, jamás como mera negación o superficial condena.

No sabemos si este atisbo concertador fructificará en 2013, no más, o será capaz de extenderse hasta 2015, con candidatos y plataformas únicos. Nada es seguro, pero sea bienvenido este lento despertar. Podría armonizar al foro de voces y pensamientos plurales. Tengamos la cortesía de escucharlo, como habría hecho Borges.© LA NACION.

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