Legado

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miércoles, 12 de septiembre de 2012

DESDE LA OTRA ORILLA

Montevideo propone una forma de vida distinta a la de Buenos Aires, pese a su cercanía geográfica e identidad de lengua. Las diferencias no provienen de la dimensión del espacio y del volumen de población, sino de cuestiones más profundas vinculadas a la organización política y a los hábitos sociales.

Uruguay, luego de transcurridos 27 años de la terminación de la única dictadura militar que atravesó en su historia, ha encontrado un sistema político que funciona en forma dinámica y que ha acompañado la evolución de la sociedad y las serias crisis económicas que afectaron a la región.

Una organización de partidos políticos que ofrecen discusiones y confrontaciones de ideas, hoy liderado por el pluralista Frente Amplio, otorga un cuadro de opciones y alternancias donde la ideología ocupa un sitio dominante. Recientemente la coalición gobernante ha celebrado sus elecciones internas con un amplio debate aunque con menos participación ciudadana que la esperada. En esas elecciones se impuso un sector diferente al del actual presidente José Mujica y se eligió a la senadora socialista Mónica Xavier como titular de la alianza.Pero también los ahora minoritarios partidos tradicionales, Colorado y Blanco, tienen una intensa vida en su interior y sostienen una confrontación con el gobierno que nunca cruza los límites del respeto.

El debate político es severo. Abundan los pedidos de explicaciones a los gobernantes, la impugnación de planes de gobierno, la interpelación a ministros. El plan de seguridad, que incluye la legalización de la producción de marihuana, y el sistema educativo se encuentran en el centro de la discusión y se advierten severas confrontaciones, aun en la alianza gobernante.

La mención a la política no es un mero recurso discursivo sino que comienzo mi observación de reciente habitante de Montevideo por este aspecto, porque creo que indica comportamientos sociales que marcan las relaciones más profundas entre los habitantes y los signos de un estilo de vida.

La austeridad republicana es un valor que, si bien tiene su principal imagen en las figuras políticas, está presente en la vida cotidiana. No se advierte que se recurra a los signos de poder y riqueza como afirmación de la estimación personal y del lugar que se ocupa en la sociedad. Si bien Pepe Mujica es la encarnación radical de este estilo, también lo cultivan cada uno a su modo otros dirigentes, figuras del espectáculo o del deporte. Recuerdo hace pocos meses en una mañana de domingo ver a la popular Natalia Oreiro leer cuentos para un centenar de chicos en el MAPI (Museo de Arte Precolombino), sin que fotógrafos o cámaras periodísticas registraran el acontecimiento.

La falta de estridencias en lo externo también replica en el trato interpersonal. Cordialidad y moderación emotiva son los signos que más impactan a quien intenta integrarse a una sociedad que advierte más disímil que lo previamente imaginado.

Una ciudad que en amplias zonas no ha sido arrasada por la voracidad inmobiliaria, que conserva edificios patrimoniales, árboles y edificaciones a escala humana, con distancias razonables y una oferta cultural diversa, predispone a cultivar formas de comportamiento y relación armonizadas con los signos del espacio.

Dicen que los porteños vamos al psicoanalista y los montevideanos a la rambla. La broma popular, cuyo origen nacional desconozco, alude a una presencia geográfica que seguramente influye en los ánimos de sus habitantes y permite un mayor respeto en las diferencias. Geografía, tradición y modales democráticos tal vez hacen posible un hecho históricamente menor, pero de fuerte valor simbólico: el último libro del ex presidente Julio Sanguinetti fue presentado por sus opositores políticos Alberto Lacalle y Danilo Astori. La divergencia en el campo de las ideas no arrasa ni la estima intelectual ni el respeto personal.


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