Legado

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miércoles, 30 de noviembre de 2011

La gran pelea entre Sarmiento y Alberdi, por Ernesto Poblet

Los dos más grandes intelectuales de la Argentina del siglo XIX se enfrentaron con virulencia a través de la palabra escrita. Fue una lucha sin cuartel, ninguno de los dos tuvo piedad. Desplegaron lo más profundo de la capacidad creadora de cada uno para destruir al otro.

El primer camorrero fue Sarmiento... Apareció otra vez en Chile, después que abandonó las huestes triunfadoras de Urquiza en Buenos Aires, tras derrotar a Rosas. Ocurrió en junio de 1852. Encuentra en Valparaíso un Alberdi ganador. La imprenta El Mercurio había editado los primeros ejemplares de “Las Bases” que ya estaban en viaje hacia las oficinas de Urquiza, Cané, Mitre, Gutiérrez y Frías. La obra de Alberdi -oportunísima para diseñar la organización nacional- concitó un singular éxito y admiración. Sobre todo en Urquiza, quien en ese momento disfrutaba del prestigio y poder que le otorgaron sus triunfos.

El jefe entrerriano mandó imprimir otras ediciones y enviar el trabajo por todas las provincias. Sarmiento lee “Las Bases” y también se entusiasma, pero no puede simular la inquina que traía acumulada contra Urquiza.

Analizada a la distancia, la bronca del sanjuanino provenía más de su temperamento ansioso y atropellado que de fundamentos serios. Despotricaba contra Urquiza por motivos realmente baladíes. Quien lo escuchara podría pensar que el entrerriano lo trató mal, pero no hay mayor constancia de eso.

Es que aquel Sarmiento de 42 años, un genio de inteligencia creadora con alguna turbulencia, se sabía inteligente y cultivado. No podía tolerar que el gaucho-estanciero don Justo José detentara tanto poder. Sentía una cargosa molestia porque Urquiza no se detenía a escucharlo. En pocas palabras, la furia del sanjuanino sobrevino cuando se dio cuenta que Urquiza no apreciaba lo suficiente su genio, lo cual no dejó de ser un lamentable error por parte del gran organizador entrerriano.

Se precipitaron en la cabeza de Sarmiento dos preconceptos antifederales, el “gorilismo” contra Rosas y la creencia de que Urquiza era un ariete de la barbarie. Debido a su temperamento algo levantisco le irritaba que no reconocieran sus méritos y antecedentes. La contradicción no dejaba de ser asombrosa. Por un lado elogiaba con regocijo “Las Bases” de Alberdi, que significaban el más puro y excelso federalismo, por el otro acusaba a Urquiza de federal incivilizado, aferrándose para ello en la nimiedad del episodio del cintillo punzó.

Esta actitud arrebatada le costó un enorme arrepentimiento dieciocho años después, cuando fue Presidente y reconoció en Urquiza un auténtico civilizador, indiscutible organizador de la nación, prolijo administrador y hasta un promotor de la educación mediante mediante la creación de buenos colegios.

Alberdi ejercía la profesión de abogado en Valparaíso. Con sus ganancias había adquirido “Las Delicias”, una cómoda quinta. Sarmiento vivía con su esposa doña Benita en la confortable residencia de Yungay. Ambos en Valparíso. Unos cuantos amigos de Alberdi fundaron El Club Constitucional para apoyar la posición de Urquiza frente a los rebeldes separatistas de Buenos Aires. Algunos testimonios dejan entender que decidieron no invitar a participar del Club a Sarmiento por su temperamento impulsivo y cuasi violento. Al enterarse el sanjuanino -tras ofuscarse- se volcó con armas y bagajes en favor de los porteños.

En agosto, el gobierno de Urquiza en Paraná designaba a Alberdi embajador de la Confederación en la República de Chile. La noticia se recibió con alborozo en el ambiente argentino. En aquellos momentos Sarmiento todavía compartía algo de esa alegría.

No pasó mucho tiempo hasta que Alberdi se encuentra con un nuevo un libro de Sarmiento, de reciente aparición en Chile. Un brillante trabajo exponiendo las grandes ideas y estrategias del prócer sanjuanino sobre la concepción de su país. El libro fue escrito entre los campamentos y los trajines preparatorios de la batalla de Caseros. Quizá por eso debió soportar un nombre no muy apropiado ni elegante para su excelso contenido: CAMPAÑA DEL EJÉRCITO GRANDE.

De golpe, el tucumano don Juan Bautista observa en una dedicatoria que el sanjuanino lo insinúa como "...el primer desertor de Montevideo a la llegada de las tropas rosistas". Alberdi explota. No lo puede soportar. Le sobreviene un furibundo ataque de ira. Maldice, quiere “destruir al loco”. Ahí empezó uno de los más absurdos y prolongados conflictos...

En enero de 1853 don Juan Bautista decide veranear en casa de sus amigos Sarratea, en la ciudad de Quillota. Se lo ve entre los árboles, el buen aire, los arroyos, el piano, pero no aguanta el entripado que lleva adentro contra Sarmiento. Se dispone a escribir las CARTAS QUILLOTANAS con irreprimible aversión. Le espeta a Sarmiento ser un tirano como Rosas, lo acusa de ejercer el odio desde el periodismo “ ...y ahora que no puede frenarse enfoca su odio contra Urquiza ...primero elogia al entrerriano y después lo insulta por un simple despecho". Para terminar acotando: “ ...Sarmiento es el verdadero gaucho malo o bárbaro de la prensa, que pretende detener la organización nacional hasta que Urquiza sea eliminado...” Elige Alberdi con rigurosidad diabólica los calificativos que más han de zaherir a su contrincante.

Sarmiento lee las CARTAS QUILLOTANAS y no tarda en despertar su fecunda tirria. Empieza a escribir con llamaradas de furor LAS CIENTO Y UNA. Califica a Alberdi de "simulador, templador de pianos, venal compositor de minués, mal abogado y periodista de alquiler, camorrista y saltimbanqui, mujer por la voz y abate por los modales, conejo por el miedo y eunuco por su falta de aspiraciones políticas..."

Alberdi vuelve a contestar por medio de un folleto. Responde uno a uno los cargos del sanjuanino. Publica las cartas con los antiguos elogios que le había mandado Sarmiento y se pregunta: ¿ ...Cuándo miente? ¿ ...miente cuando me elogia o miente cuando me insulta?

Y así pasaron los años y las décadas... Siempre alejados y tras un muro de bronca nuestros dos más brillantes pensadores. Sólo se recordaban con fastidio el uno del otro.

Hasta que llegó el año 1876. Plena presidencia de Nicolás Avellaneda con el veterano Sarmiento ejerciendo el Ministerio del Interior. Se enteró que Alberdi llegaba de Europa. Mandó su landó al puerto para que lo buscaran. Alberdi, apenas superado el estupor, decidió llegarse hasta el Ministerio en el mismo carruaje para agradecer el gesto de su viejo enemigo.

Don Domingo sumergido en una reunión se entera que don Juan Bautista lo esperaba en las antesalas. Cuentan que se interrumpió abruptamente . Expansivo, eufórico, se apareció a los gritos en la antesala “Dr. Alberdi - a mis brazos...”. No solamente lloraban los dos viejos inmortales, todos los presentes acompañaron el abrazo tras una cortina de lágrimas. La escena expandía una emoción incontenible. Se trataba de un final conmovedor para tan famosa y prolongada enemistad. De una reyerta donde en lugar de armas los contendientes sólo blandieron sus libros acusatorios. Culminaron así los veinticuatro años de ese distanciamiento incomprensible que protagonizaron estos dos cascarrabias asombrosos, geniales y exasperadamente abnegados.

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