Legado

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miércoles, 24 de agosto de 2011

Los caminos de Cristina para las elecciones de octubre y después Por Eduardo Van Der Kooy

Se nota a la legua que Cristina Fernández está dulce como nunca . Sus apariciones públicas, luego de la enorme victoria en las internas abiertas, derrochan cordialidad y una calidez que, en tiempos de menor felicidad política, supo extraviar con frecuencia. Es muy probable que ese estado de ánimo, esa imagen, jalonen su tránsito hasta las elecciones de octubre. La Presidenta desea ese mes superar el 50% y arrimarse o batir el récord de Raúl Alfonsín en 1983, cuando como primer mandatario electo de la post dictadura trepó al 52%.

Lo que pudiera ser apenas una pincelada de la política o, también, una simple cuestión de forma se ha convertido, desde la muerte de Néstor Kirchner, en un capital para Cristina . Una herramienta que, más allá de los múltiples motivos económicos y sociales que la habrían empujado al triunfo, le sirvió para abrir puertas que tenía cerradas. Buena parte de la recuperación de votos que tuvo en grandes centros urbanos pudo obedecer a ese viraje sencillo . Supo disociar, con habilidad e inteligencia, su propio perfil del que la había identificado siempre con la personalidad pública áspera del ex presidente.

Cristina parece haber descendido de un mensaje muchas veces específico, con pretensiones académicas, a otro más coloquial. Son recurrentes sus invocaciones a los afectos, a las emociones, a la familia. Ayer mismo lo hizo al justificar el Fútbol Para Todos: “Es mejor tener a los hijos y a los maridos viendo fútbol en la casa que en la calle o en los bares” , ejemplificó.

Su tono casi evangelizador es el que pareciera haberse desparramado en el Gobierno. Tal vez haya sido el canciller, Héctor Timerman, el único desinformado. Volvió porfiado con el rollo de los medios destituyentes. Ni a Florencio Randazzo, el ministro del Interior, ni a Aníbal Fernández, el jefe de Gabinete, se les ocurrió cruzar a los dirigentes de la oposición que denunciaron irregularidades en los cómputos provisorios de la provincia de Buenos Aires. También a ellos pareció almibararlos la victoria.

Randazzo, incluso, transmitió la inquietud de Cristina por el fugaz percance en la salud de Ricardo Alfonsín. No hay críticas para los adversarios que han quedado lejos en los números y las posibilidades de octubre. Ni siquiera se enfiló contra Eduardo Duhalde. La Presidenta y el kirchnerismo guardan la ilusión de que una parte del peronismo desencantando pueda engrosar el 50% ahora que los ánimos oficiales se han templado.

Tampoco se escucharon hasta hoy palos contra Hermes Binner, como había ocurrido antes de la elección y, en especial, después del triunfo socialista en Santa Fe y del fracaso K. Con esos antecedentes, Cristina igual se impuso en la provincia aunque no pudo con el bastión rosarino. El gobernador tampoco es, por otra parte, un provocador ni un deslenguado en tiempos de campaña.

El Gobierno conjetura que cualquier mutación que pudiera producirse en estos 60 días en la oposición no amenazarían la victoria. ¿Qué mutación? Un revoltijo en el flujo de votos de los candidatos opositores que pudieran colocar en el mejor lugar a Binner.

El empinamiento del socialista no sería una mala noticia para el Gobierno , pensando en la futura integración del Congreso, aunque exista un ala del kirchnerismo duro que creería descubrir en el PS al demonio.

Cristina se ocupó también de cortejar, con rapidez, a Mauricio Macri. Lo había felicitado por su arrasador triunfo en Capital, en la segunda vuelta. Antes de ese balotaje no hubo ninguna felicitación. El jefe porteño lo retribuyó después de la consagración presidencial en la interna.

Hay una tregua objetiva y habrá un tiempo razonable de convivencia entre las dos administraciones . Macri la necesita para su segunda gestión y Cristina para evitar que la resistencia porteña (en la Ciudad ganó sólo con el 31% de los votos) no irradie su influencia en otros conglomerados urbanos.

Cristina posee otra ventaja en este andar apacible hacia octubre. El principal líder de la oposición, que es Macri, está casi inhibido de intervenir en la campaña nacional. Hacerlo le podría implicar una pérdida anticipada y estéril, quizás, del respaldo que cosechó con su reelección. Alfonsín y Duhalde habrían quedado bien lejos de su agenda.

La otra alternativa suena inviable. ¿Un respaldo a Binner, el candidato que siendo cuarto quedó mejor parado? El socialista ha dicho, sin explicar bien por qué, que Macri es una suerte de límite para él. El jefe porteño lo sabe y no ensayará ningún gesto persuasivo.

Probablemente este clima de concordia, producto de una interna abierta con desenlace tan dispar, se conserve hasta octubre. O tal vez hasta diciembre, cuando Cristina asuma, de no mediar un imprevisto, su segundo mandato.

¿Y después? Esa pregunta encierra el verdadero enigma de los tiempos que vienen. ¿Mantendrá la Presidenta esta tónica y este estilo componedor que le dio réditos electorales de dimensiones impensadas? ¿Podrá conjugar ese estilo con su convicción de que la política es una lucha de intereses que puede saldarse sólo a través de la confrontación? Una cosa no encaja con la otra y los antecedentes, en ese sentido, no son para desdeñar. El kirchnerismo (¿Cristina también?) parece mucho más seguro que el triunfo en las internas abiertas obedeció a lo que motean como profundización del modelo antes que al auge del consumo, la asistencia social del Estado, las razones emotivas y la variación del modal presidencial. En síntesis, que habría que proseguir con una misión casi divina y fundacional que la historia habría puesto en el sendero de todos ellos.

También habría que considerar otra cosa. Desde que quedó sola en el poder, Cristina impuso otras formas, quitó del plano público la confrontación con algunos de lo que estima enemigos.

Pero permitió acciones y tomó discretas decisiones que mantuvieron vivas sus peleas principales. Sobre todo, con el periodismo.

También es cierto que Cristina afrontará su segundo mandato sin el apuntalamiento de Kirchner. Y con su admisión de que todo triunfo es pasajero. Si lo cree de verdad o si sólo fue una circunstancia, lo develará el futuro.

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